La princesa Europa


La princesa Europa era hija del rey fenicio Agénor y la reina Telefasa de Tiro. Tenía tres hermanos: Cadmo, Fénix y Cílix.

Un día, mientras jugaba con sus amigas en la playa, Zeus la vio y se quedó prendado de su belleza, como sabía que ella lo rechazaría si se presentabafebuary_europa_and_the_bull_by_killskerry naturalmente, se transformó en un hermoso toro blanco y se rindió a los pies de la bellísima doncella.

Europa se le acercó para acariciarlo y, viendo que era un toro manso, se montó en su lomo; fue entonces cuando Zeus aprovechó para correr hacia el mar llevándose a su amada consigo hasta la isla de Creta donde le reveló su auténtica identidad, y Europa se convirtió en la primera reina de la isla.

De esta unión nacieron tres hijos: Minos, Sarpedón y Radamantis.

Cuando Europa murió le fueron concedidos los honores divinos y el toro que había sido la forma en que Zeus la había amado fue convertido en constelación e incluido en los signos del zodíaco con el nombre de Tauro.

Hasta aquí el origen mitológico del nombre del continente europeo, también existe otra teoría, la más aceptada, que menciona que deriva del término asirio ereb (ocaso), que se refiere al área situada al poniente del mundo conocido por los griegos en la antigüedad.

La leyenda de Tristán e Isolda


Tristán e Isolda es una leyenda popular, contada por los trovadores que eran músicos y poetas medievales que narraban los cuentos e historias a las gentes en la edadtrovador media cuando no había otro método de conocerlas (no había televisión ni radio y los libros solo sabían leerlos unos cuantos y casi siembre eran monjes). Posteriormente fue recopilada por varios autores entre los que se encuentra Godofredo de Estrasburgo, obra en la que se basó Richard Wagner para escribir su ópera.

Tristán era sobrino y heredero del rey Marco de Cornualles (hijo de su hermana Blancaflor y el Rey Rivalén), héroe de esta región del sur oeste de Inglaterra, se dice que fue el segundo caballero más valiente del mundo, por detrás solo de Lancelot, y uno de los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo, de quien seguro habréis oído hablar.

Isolda de Irlanda, también conocida como Isolda la rubia, era la hija del rey irlandés Anguish y de Isolda, la reina madre.

La historia cuenta que el  rey Marco busca esposa a instancias de Tristán que le aconsejó que se casara. Un día recibe, mediante una paloma, un mechón de pelo tristánrubio, e insiste en casarse con su dueña que resulta ser Isolda de Irlanda, y envía a Tristán a buscarla. Al regresar con ella en el barco desde Irlanda, beben por accidente una pócima de amor que había preparado la madre de Isolda para su hija y el rey Marco, por lo que ambos caen perdidamente enamorados el uno del otro.

El rey Marco descubre a su esposa Isolda junto a su sobrino Tristán a solas en un jardín del palacio. El enano Frocín, le advirtió que su esposa se vería allí con Tristán. El rey envía a un espía que se sube a un árbol para espiarlos y su imagen se refleja en un charco, Isolda lo ve e inmediatamente cambia la conversión con Tristán, diciéndole que en la corte andan rumores que ella le es infiel a su esposo y que ella jamás haría eso porque lo ama y le es fiel. El rey al conocer las palabras de su amada, la perdona. Pero tiempo después los encuentra otra vez juntos y los sentencia a muerte.

Cuando son llevados al juicio, Tristán logra escapar lanzándose desde un precipicioisolda que llegaba a un bosque. Entonces, el rey, decide no ejecutar a Isolda, sino darle un castigo más cruel: la entrega a un grupo de leprosos que llegan a la ejecución y que, cautivados por la belleza de la joven, la solicitan para que viva con ellos. Cuando Isolda parte con los leprosos se encuentra a Tristán en el bosque, la rescata de los leprosos y se va a vivir con ella en medio del bosque. Allí pasan tres años, viviendo en malas condiciones y padeciendo toda clase de infortunios, pero ellos están tan enamorados que nada les importa.

Llega el día en que la pócima que ambos bebieron termina su efecto y Tristán e Isolda, avergonzados de su comportamiento, se arrepienten de haber dejado la corte, así que parten de regreso a solicitar el perdón del rey Marco, quien debe elegir entre su esposa y su corte.

Richard Wagner escribe una ópera en tres actos, con libreto del propio compositor, está basada, como he dicho antes en la recopilación escrita por Godofredo de Estrasburgo , a su vez basada en la leyenda celta de Tristán. Wagner se inspiró en el romance que mantuvo con la poetisa Matilde Wesendonck (esposa de su mejor amigo). Trabajó en esta obra desde 1856 hasta 1859, y se estrenó en el Königliches Hof und Nationaltheater de Munich el 1 de junio de 1865.

Puedes ver la película sobre Tristán e Isolda pinchando sobre esta fotografía:

Tristan-isolda

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Verdad y Falsedad (para la honestidad)


Hace mucho tiempo en Filipinas, en un día tranquilo y soleado, el señor Verdad partió de su pueblo a la ciudad para encontrar trabajo. Verdad salió con su caballo y sin muchojoven con caballo equipaje, por lo que viajaba muy rápido. Pero, de pronto, por el camino se encontró con el señor Falsedad, que, casualmente, también iba a la ciudad en busca de trabajo.

– ¡Oh, Verdad!, mi viaje es tan duro sin caballo y llevando a mi espalda el equipaje… ¿Serías tan amable de dejar que fuera contigo y compartir caballo?

Cómo Verdad era tan buen hombre, le dijo que sí sin pensarlo dos veces. Y los dos juntos prosiguieron el camino a la ciudad. Durante el viaje los dos hombres hablaron muy animados sobre qué tipo de trabajo querían encontrar en la ciudad:

– Yo quiero ser secretario, así siempre podré ir bien limpio y vestido –dijo Verdad.
– Pues yo cocinero, para estar siempre rodeado de comida que poder devorar –respondió Falsedad.
Y así, charlando, siguieron caminando.

De repente, se cruzaron con un hombre que cargaba con un pobre cuerpo sin vida al cementerio. El hombre no tenía ayuda y Verdad bajó del caballo y lo ayudó. Una vez enterrado el cuerpo, Verdad preguntó:

– ¿Has rezado ya para que el alma de este pobre hombre pueda descansar?
– No –le contestó el hombre-, yo no sé rezar y no tengo dinero para que un sacerdote lo haga.

Entonces Verdad, muy honradamente, le dio al hombre todo el dinero que tenía para que pudiera pagar al sacerdote y comprar las velas y darle, así, el descanso eterno al pobre hombre muerto.

Y así, sin dinero, prosiguieron su viaje.

de pescaCuando llegó la hora de cenar, Falsedad se enfadó mucho con Verdad por haber dado todo su dinero. Así que, como no podían comprar la cena, decidieron acercarse al río a pescar. Cuando llegaron, vieron que unos peces se habían quedado atrapados en un pequeño charco. Falsedad cogió peces y peces, pero Verdad sintió mucha lástima por los pobres animales y sólo cogió los necesarios para alimentarse, devolviendo el resto al río. Fue entonces cuando Falsedad murmuró:

– Si los ibas a malgastar, hubiera sido mejor que los cogiera yo todos y haberte dejado sin ninguno.

Verdad, con toda su bondad, no respondió a tales palabras y decidió ponerse al descansar.
Y así, a la mañana siguiente, reanudaron su camino.

Mientras cruzaban el bosque escucharon cerca de ellos un sonido horrible. Verdad decidió ir a ver qué ocurría, pero Falsedad, temblando de miedo, se quedó escondido detrás de una piedra en el camino. Cuando Verdad llegó al origen de ese ruido, descubrió que se trataban de pequeñas águilas en un nido bien alto. Estaban llorando porque tenían hambre, pero no se veía a la madre por ningún sitio. Entonces sintió mucha pena por los pobres animales hambrientos, decidió sacrificar a su viejo y cansado caballo para poder alimentarlos y esparcir el resto de la carne por alrededor del árbol para que la madre encontrara el camino de vuelta. Falsedad odió a Verdad porque ahora debía caminar.

Y así, con Falsedad enfadado, prosiguieron su camino hasta la ciudad.

Una vez allí, se presentaron frente al rey, pidiendo que los tomara a su servicio, a unoaguiluchos como secretario y al otro como cocinero. ¡Qué alegría cuando les dijo que sí! Pero entonces, Falsedad empezó a sentir envidia de su compañero, porque éste siempre se sentaba con el Rey a comer y siempre iba limpio y bien vestido, mientras él estaba sucio y tenía que comer en la cocina. Entonces se puso furioso y decidió hacer algo para perjudicar a su amigo.

Un día, en el que los reyes habían salido a navegar por el mar, cuando estaban bien lejos de tierra, la reina perdió su anillo por la borda. Cuando Falsedad se enteró, fue a hablar con el rey:

– Mi rey, un amigo, que es su secretario, dice que tiene poderes mágicos y que puede encontrar el anillo de la reina. Dice que haría una apuesta con vos, que si no encuentra el anillo, lo mandéis colgar.

El rey, sorprendido por esas palabras, mandó llamar a Verdad:

– Encontrad el anillo de la Reina esta misma tarde o haré que os cuelguen al amanecer.

Verdad, aterrorizado por esas palabras, bajó hasta la playa y allí se sentó a observar el océano. Pero se dio cuenta que era imposible recuperar el anillo y empezó a llorar. Entonces un pez se le acercó y le preguntó:

– ¿Por qué lloras?
– Lloro porque el Rey me colgará al amanecer si no encuentro el anillo que la Reina perdió en el mar.

Y el pez se fue pero, al poco rato, volvió con el anillo en su boca.

– Yo soy uno de los peces que salvaste aquél día en el río. Como tú me ayudaste, ahora te ayudo yo a ti.

Y así Verdad se salvó y la reina recuperó su anillo.

Pero Falsedad otro día le dijo al rey:

– Mi rey, ¿recuerda lo que sucedió el otro día?
– Por supuesto. Y ahora creo en ti, ya que gracias a tus palabras recuperé el anillo de mi esposa.
– Pues mi amigo, la otra noche, dijo ser un gran mago. Tan bueno, dijo, que podríais colgarlo que no le dolería.

Al oír estas palabras, el rey mandó llamar a Verdad.

– Como eres tan buen mago, mañana te haré colgar delante de todo el mundo, para que así lo demuestres.

El pobre Verdad se pasó toda la noche pensando en lo que le iba a pasar y llorando porespiritu no poder evitarlo. Entonces, un espíritu se le apareció.

– No llores Verdad. Mañana yo usaré tus ropas y me colgarán a mí.

Al día siguiente mucha gente vio como lo colgaban pensando que era Verdad y mucha más se sorprendió cuando, al mediodía, lo vieron sentado en la mesa. Esa misma noche el espíritu volvió y le explicó:

– Tú salvaste mi alma un día y, ahora, yo te salvo a ti.

Y así Verdad se salvó.

Pero Falsedad tenía cada día más envidia de su amigo y una mañana le dijo al rey:

– Señor, el otro día su secretario decía que si vos le dejabais casarse con vuestra hija, él le daría a vos tres nietos en una sola noche.

Y el rey mandó llamar a Verdad:

– Os casaré con mi hija, pero si no me dais tres nietos en una noche, os mandaré ahorcar.

boda

Al día siguiente la Princesa y Verdad se casaron. Pero por la noche el pobre Verdad no pudo dormir, pensando que al día siguiente moriría. Pero de repente un águila entró por la ventana y le prometió encargarse del asunto. Justo antes del amanecer, tres águilas aparecieron llevando un niño cada uno.

– Tú nos salvaste la vida sacrificando tu caballo, así que ahora te la salvamos nosotros a ti.

Cuando el rey oyó a los niños llorar, la felicidad le embargó. ¡Por fin tenía herederos al trono! Así que el Rey hizo una gran fiesta y le entregó la corona a Verdad.

Y así nuestro amigo, siendo honesto, consiguió ser rey, mientras que Falsedad, con sus sus mentiras, no consiguió más que alimentar el éxito de su compañero.

Cuento filipino

De: http://www.casaasia.es/

Riquete el del copete – Perrault


 Érase una vez una reina que tuvo un hijo, tan feo y contrahecho, que dudó largo tiempo sobre si tenía forma humana. Un hada que se encontraba junto a ella en el momento del nacimiento, aseguró que él no dejaría nunca de ser grato a los demás, porque tendría mucho ingenio y agudeza, añadiendo, que él mismo podría, en virtud de un don que acababa de otorgarle, conceder tanto ingenio como el suyo a aquella de quien se enamorase  fea

Todo esto consoló un poco a la pobre reina, que estaba muy afligida al haber puesto en el mundo a tan feo monigote. Pero lo cierto es que el niño, apenas comenzó a hablar empezó a decir mil cosas amables, mostrando en todos sus actos un no sé qué de encantador que resultaba muy atractivo. Había olvidado decir que este príncipe vino al mundo con un pequeño copete de cabellos sobre la cabeza, por lo que fue llamado Riquete el del Copete, pues Riquete era su nombre.

Al cabo de siete u ocho años, la reina de un país vecino dio a luz dos hijas. La primera que vino al mundo era más bella que el día y la reina se puso muy contenta, pues fue para ella la más gran alegría que nunca tuviera. La misma hada que había asistido al nacimiento del pequeño Riquete el del Copete, estuvo presente y para moderar el gozo de la reina, le dijo que esta princesita carecería de inteligencia, siendo tan estúpida como hermosa.

Tan desagradable nueva mortificó mucho a la reina, pero unos instantes después, tuvo una pena aún más grande, pues la segunda hija que le nació era extremadamente fea.

–No os aflijáis, Señora- le dijo el hada-, vuestra hija será recompensada y mucho; ya que tendrá tanta inteligencia que nadie se apercibirá de su falta de belleza.

-Dios lo quiera –respondió la reina-, mas, ¿no habría el medio de hacerle poseer un poco de inteligencia a la mayor que es tan hermosa?

–Ya no tengo nada más para ella, Señora, en lo que respecta a inteligencia, ahora bien, en lo que atañe a la belleza si puedo hacer algo –le dijo el hada-, y para satisfaceros, le daré el don de poder transformar en hermoso a quien ella ame

v5umn_vc936_reina_p6tA medida que las dos princesas crecieron, sus perfecciones crecieron también con ellas, y se hablaba por todas partes tanto de la belleza de la mayor como del ingenio de la pequeña.

Bien es cierto que sus defectos fueron aumentando con la edad. La pequeña se afeaba a ojos vista y la mayor se convertía en más estúpida a cada nueva jornada que transcurría, porque o bien ella no respondía a nada de aquello que le preguntaban o bien soltaba una tontería.

Era tan torpe que no podía colocar cuatro porcelanas sobre el borde de una chimenea sin romper alguna, ni beberse un vaso de agua sin derramar la mitad sobre sus vestidos. Aunque la belleza sea una gran ventaja para una joven, era su hermana pequeña, entretanto, quien llamaba la atención en todas las recepciones pese a su falta de hermosura.

Al principio todos aproximábanse a la más bonita con objeto de verla y admirarla, no obstante, enseguida se acercaban a quien de las dos tenía más inteligencia, para deleitarse con su ingeniosa charla y ninguno se sorprendía ya de que en menos de un cuarto de hora la mayor no tuviera a nadie a su alrededor, y todo el mundo estuviera rodeando a la pequeña.

La primogénita, aunque fuese muy estúpida, se daba cuenta y hubiese regalado toda su belleza por tener la mitad de inteligencia que su hermana. La reina, pese a saber el porque sucedía esto, no pudo callarse, reprochándole en más de una ocasión, tanta simpleza, lo cual casi hacía morir de dolor a la pobre princesita.

Un día que ella se había retirado al bosque para lamentarse de su desgracia, vio venir a su encuentro a un hombrecillo muy feo y desagradable, pero vestido magníficamente. Era el joven príncipe Riquete el del Copete, que estaba enamorado de la princesa después de ver los retratos que de ella circulaban por doquier, habiendo dejado el reino de su padre para tener el placer de verla y hablarle.

Encantado de hallarla a solas, la abordó con todo el respeto y toda la cortesía imaginables. Mas después de haberle hecho los cumplidos de rigor, se mostró solícito al indicarle que la veía muy melancólica, y añadió:

-No comprendo, Señora, como alguien de vuestra belleza pueda estar tan triste como aparentáis, pues aunque yo pueda vanagloriarme de haber visto infinidad de hermosas damas, afirmo que jamás he contemplado beldad que se asemeje a la vuestra.

-Os agradezco tan gentiles palabras Señor- le respondió la princesa.

–La hermosura– prosiguió Riquete el del Copete-, es un don que hay que agradecer cuando se posee, y teniéndola, no creo que haya nada que pueda afligirnos durante mucho tiempo.

–A mí me gustaría –dijo la princesa-, ser tan fea como vos y poseer vuestra inteligencia e ingenio, a ser tan bella como soy y tan tonta. Triste princesa

-No hay nada, Señora, que indique por adelantado quien es inteligente o quien no, y aquel que es más inteligente cree que no lo es.

–Yo ignoro todas esas sutilezas –declaró la princesa-, pero sé bien que soy muy tonta, y es de ahí de donde viene la pena que me mata.

-Si no es más que esto, Señora, lo que os aflige, puedo terminar con vuestro dolor.

-¿Y como lo haréis? –quiso saber la princesa.

–Tengo el poder, Señora –dijo Riquete el del Copete-,de conceder la inteligencia a aquella a quien ame, y como vos sois, Señora, esa persona, tendréis toda la inteligencia que deseéis, si aceptáis el casaros conmigo.

La princesa se quedó muy confusa, y nada respondió.

–Ya veo –repuso Riquete el del Copete-, que esta proposición os ha entristecido, y no me sorprende, pero os doy un año entero para pensároslo.

La princesa era tan poco inteligente y al mismo tiempo tenía tantas ganas de serlo, que se imaginó que el fin de ese año no llegaría jamás, de suerte que aceptó la proposición que se le hacía.

Apenas le había prometido a Riquete el del Copete, que se casaría con él dentro de un año en ese mismo día, que sintióse otra muy diferente a la cual había sido antes pues se halló con una facilidad increíble para decir todo aquello que deseaba, expresándolo de una manera ingeniosa, fácil y natural. Entonces, comenzó desde este momento una conversación galante y sostenida en la que brilló con tal donaire, que Riquete el del Copete, creyó haberle otorgado más inteligencia de la que él tenía..

Cuando la princesa volvió a palacio, toda la corte no sabía que pensar de un cambio tan súbito y tan extraordinario, pues estaban acostumbrados a escucharle decir impertinencias y boberías y ahora la oían decir cosas sensatas e infinitamente inteligentes. La corte entera tuvo una alegría que nadie puede imaginar; solamente la hermana pequeña no se regocijó demasiado, porque al tener sobre la mayor, la única ventaja de su inteligencia, no parecía junto a ella, ahora que la otra había cambiado a mejor, más que lo que era: una muchacha muy fea.

El rey, desde entonces, se dejó guiar por los consejos de su primogénita, y fue muchas veces a pedirle consejo a sus aposentos. La fama de esta transformación se expandió por doquier hasta el punto de que todos los jóvenes príncipes de los reinos vecinos hicieron grandes esfuerzos para serle gratos a tan hermosa e inteligente doncella, y todos la pedían en matrimonio, pero ella no encontraba quien fuera lo bastante ingenioso, y les escuchaba, sin comprometerse con ninguno.

En esas, llegó un príncipe tan poderoso, tan rico, tan ingenioso y tan apuesto, que ella no pudo evitar sentirse atraída por él.

Su padre, habiéndose dado cuenta, le dijo que le daba permiso para elegir el esposo que ella quisiera.

Como cuanta más inteligencia se tiene es más difícil tomar una decisión acertada sobre cualquier asunto, ella le pidió a su padre, después de darle las gracias, que le concediera tiempo para pensarlo.

Y la princesa, con objeto de decidir tranquila, que es lo que debía hacer, fue a pasearse por el mismo bosque en el que había encontrado a Riquete el del Copete de manera casual. Mientras se paseaba, reflexionando profundamente, oyó un ruido sordo bajo sus pies, como de muchas gentes que van y vienen llenas de actividad. Escuchando más atentamente, oyó que uno decía:

-¡Tráeme esa marmita!- y el otro:

-¡Dame esta caldera! – y el otro:

-¡Pon la leña en el fuego!

La tierra se abrió en el mismo momento, y ella vio bajo sus pies una gran cocina llena de cocineros, de marmitones y de toda suerte de criados necesarios para hacer un festín magnífico. De pronto salió un grupo llevando veinte o treinta asadores que fueron dispuestos en cierto lugar del bosque alrededor de una mesa muy larga, y todos, empezaron a trabajar al son de una armoniosa melodía.

La princesa, asombrada por semejante espectáculo, les preguntó para quien era todo aquello.

–Es, Señora –respondió el que parecía ser el jefe del grupo–, para el príncipe Riquete el del Copete, pues sus bodas serán mañana.

La princesa, todavía más sorprendida que antes, y recordando de pronto que ese mismo día cumplíase un año que ella había prometido casarse con el príncipe Riquete el del Copete, cayó en cuenta de lo que pasaba.

Lo que había sucedido para que se olvidase, es lo siguiente: cuando hizo la promesa era boba, y al volverse inteligente gracias al don otorgado por el príncipe, se desmemorió de todas sus tonterías.

No bien hubo dado treinta pasos continuando su paseo, que Riquete el del Copete, se le apareció, bravo, magnífico y ataviado como un príncipe que se va a casar.

–Vos me véis aquí –dijo él-, Señora, fiel a mi palabra, y yo no dudo que vos venís para cumplir también la que me disteis, convirtiéndome, al otorgarme vuestra mano, en el más feliz de todos los hombres.

–Os confesaré francamente –respondió la princesa-, que todavía no he tomado una decisión al respecto y no creo tomarla como vos la deseáis.

-¡Me sorprendéis, Señora! –replicó Riquete el del Copete.

–Lo creo –dijo la princesa-, y seguramente si yo estuviera frente a un hombre sin inteligencia me encontraría muy azorada. Una princesa no tiene más que su palabra, me diría, y es preciso que vos seáis mi esposa, puesto que lo habéis prometido, pero como aquel a quien yo hablo es hombre de mundo y muy inteligente, estoy segura que entenderá mis razonamientos.

Vos sabéis que, cuando era tonta, no podía ni siquiera resolver el casarme con vos, ¿cómo queréis que teniendo la inteligencia que me habéis concedido, no se me haga todavía más difícil tomar una decisión que no pude tomar en ese tiempo? Si pensabais casaros conmigo, habéis cometido un gran error al quitarme la tontería haciéndome ver con mayor claridad las cosas..

-Un hombre sin inteligencia –contestó Riquete el del Copete-, mostraría ese comportamiento, como vos acabáis de decir, pero tengo que reprocharos vuestra falta de palabra, ¿porqué, os gustaría Señora, que yo faltase también a la mía al imponerme en una cuestión en la que va toda la felicidad de mi existencia? ¿Es razonable que aquellos que son inteligentes sean de una peor condición que aquellos que no lo son?

¿Podéis entenderlo vos, que tanta tenéis ahora? Mas vengamos a los hechos, si os place: ¿a parte de mi fealdad, hay cualquier cosa en mí que os desagrade? ¿Estáis descontenta de mi alcurnia, de mi inteligencia, de mi humor y de mis maneras?

-¡Nada de eso –protestó la princesa-, yo estimo en vos todo lo que acabáis de enumerar!

–Si esto es así –repuso Riquete el del Copete-, seré feliz, puesto que vos podéis convertirme en el más amado de todos los hombres.

-¿Cómo puede ser esto? –interrogó la princesa.

–Eso sucederá –respondió Riquete el del Copete-, si vos me amáis tanto como para desear que así sea, y a fin, Señora, de que vos no dudéis, sabed que la misma hada que el día de mi nacimiento me hizo el don de poder convertir en inteligente a quien yo amase, os hizo a vos también el don de poder transformar en hermoso a aquel a quien vos amarais, ya que podríais hacerle este favor.

bal-35125-Si esto es así –dijo la princesa-, deseo de todo corazón, que os convirtáis en el príncipe más hermoso del mundo, el más digno de ser amado, y os otorgo este don en la medida que ello me sea posible.

No había terminado de pronunciar estas palabras la princesa, que ya Riquete el del Copete aparecía ante sus ojos como el hombre más hermoso del mundo, el más apuesto, y el más digno de ser amado que ella hubiera visto nunca.

Muchos aseguran que no fueron los encantamientos del hada los que lo hicieron posible, sino el amor el que obró esta metamorfosis, pues dicen que la princesa, habiendo reflexionado acerca de la perseverancia de su enamorado, sobre su discreción, y sobre todas las buenas cualidades de su alma y de su inteligencia, no vio la deformidad de su cuerpo, ni la fealdad de su rostro, que su joroba no le pareció más que la espalda algo inclinada de un hombre estudioso y que en lugar de verle cojeando espantosamente, no le encontró más que un cierto aire lánguido al caminar que la seducía; dicen todavía, que sus ojos, que eran bizcos, le parecieron perfectos, y que, en fin, su gruesa nariz roja tuvo para ella un aspecto marcial y heroico.

Sea lo que sea, la princesa le prometió casarse con él, en tanto que el príncipe obtuviese el consentimiento del rey su padre. El rey convencido de que su hija estaba muy enamorada de Riquete el del Copete, a quien conocía desde hacía tiempo como príncipe muy ingenioso y muy sabio, le aceptó satisfecho por yerno.

Al día siguiente se celebraron las bodas, como Riquete el del Copete lo había previsto, y según las órdenes que él había dado mucho tiempo antes.

Los diamantes de la corona – Francisco Asenjo Barbieri


Los Diamantes de la Corona es una zarzuela en tres actos cuya música es de Francisco Asenjo Barbieri y libro de Francisco Camprodón. Fue estrenada en el Teatro del Circo de Madrid, el día 15 de Septiembre de 1854.reina

La acción transcurre en Portugal durante el siglo XVIII. La Reina es menor de edad y el poder lo ostenta un consejo de regencia en el que destaca el ministro de Justicia, Conde de Campomayor.

Acto I

En los alrededores de Coimbra, en las ruinas de una capilla subterránea en medio de la montaña, un grupo de bandoleros y fabricantes de monedas falsas ha asaltado el coche del Marqués de Sandoval. El Marqués y Catalina, capitana del grupo, se gustan y ella le permite escapar a cambio de su silencio, pues él debe casarse con su prima Diana, la hija del Conde de Campomayor.

Acto II

Durante la celebración de los esponsales de Diana y Sandoval, Catalina, que ha sufrido un accidente, aparece en el palacio del Conde de Campomayor haciéndose pasar por una dama de la aristocracia. Al verla, Sandoval da marcha atrás a su proyecto de boda. Se habla de que a los pocos días se va a celebrar en Lisboa la coronación de la Reina, que alcanza su mayoría de edad, y de que los diamantes de la corona real han sido robados.

Acto III

En el Palacio Real de Lisboa, descubrimos que la Reina es, en realidad, Catalina. Nos enteramos de que ella misma ha robado y falsificado los diamantes de su corona real para ayudar al pueblo con el producto de la venta de los auténticos. La joven Reina obliga a sus regentes a permitirle elegir esposo y elige a Sandoval.

 

El jazmín de la princesa


La princesa tenía un jazmín que vivía con su mismo aliento. Se lo había regalado la luna.
La princesa tenía ocho o nueve años pero nunca la habían dejado salir sola de palacio. Y tampoco la llevaban donde ella quería.
Un día dijo a su flor:princesa jazmín
Jazmín, yo quiero ir a jugar con la hija del carbonero sin que lo sepa nadie.
– Ve, niña, si así lo quieres. Yo te guardaré la voz mientras vuelves.
La niña salió dando saltos. El carbonero vivía al principio del bosque.
Pronto la Reina echó de menos a su hija y la llamó:
– Margarita, ¿dónde estás?
– Aquí, mamá –dijo el jazmín imitando la voz de la princesa.
Pasó un rato y la Reina volvió a llamar:
– Margarita, ¿dónde estás?
– Aquí, mamá –contestó el jazmín.
El principito, hermano de Margarita, llegó del jardín. Era mayor que su hermana y ya cuidaba de ella.
– Mamá ¿no está Margarita?
– Sí, hijo.
– ¿Dónde?
La Reina llamó a su hija y el jazmín contestó como siempre.
El príncipe se dirigió al lugar de donde venía la voz pero no vio a nadie.
La Reina repitió la llamada y el jazmín contestó. Pero pudieron comprobar que la niña no estaba, ni allí ni en ninguna parte.
Avisaron al Rey. Vinieron los cortesanos. Llegaron los guardias y los criados. Todo el palacio se puso en movimiento. Había que encontrar a la niña. La gente corría de un lado para otro en medio de la mayor confusión. La Reina lloraba. El Rey se mesaba los cabellos.
La Reina volvió a llamar esperanzada.jazmin
– Margarita, ¿dónde estás, hija?
– Aquí, mamá.
Se dieron cuenta de que la voz salía de la flor.
El Rey dijo que echaran el jazmín al fuego porque debía estar embrujado; pero la princesa llegó a tiempo para recogerlo.
Su hermano le dijo autoritario:
– ¡Entrega esa flor!
– ¡No la doy! Es mi jazmincito. Me lo regaló la luna. –Y lo apretó contra el pecho.
– ¡Una flor que habla tiene que estar hechizada! –dijo un palaciego.
– No la doy.
El Rey ordenó:
– ¡Quitadle la flor a la fuerza!.
Y la niña, rápidamente, se la tragó. El jazmín, no se sabe cómo, se le aposentó en el corazón. Allí lo sentía la niña.
Todos lloraban porque decían que la princesa se había tragado un misterio. Y que vendrían muchos males a ella y al reino. Pero no. Sólo que, a la Princesa Margarita, se le quedó para toda la vida la voz perfumada con el aroma del jazmín.

El clavel – Hnos. Grimm


Existía una vez una reina a quien Dios Nuestro Señor no había concedido la gracia de tener hijos. Todas las mañanas salía al jardín a rogar al cielo le otorgase la gracia de la maternidad. Un día descendió un ángel del cielo y le dijo:
– Alégrate, vas a tener un hijo dotado del don de ver cumplidos sus deseos, verá satisfechos cuanto sienta en este mundo.
angelLa reina fue a dar a su esposo la feliz noticia, y, cuando llegó la hora, dio a luz un hijo, con gran alegría del Rey.
Cada mañana iba la Reina al parque con el niño, y se lavaba allí en una cristalina fuente. Ocurrió un día, cuando el niño estaba ya crecidito, que, teniéndolo en el regazo, la madre se quedó dormida. Entonces se acercó el viejo cocinero, que conocía el don particular del pequeño, y lo raptó; luego mató un pollo y derramó la sangre sobre el delantal y el vestido de la Reina. Luego de llevarse al niño a un lugar apartado, donde una nodriza se encargaría de amamantarlo, se presentó al Rey para acusar a su esposa de haber dejado que las fieras le robaran a su hijo. Y cuando el Rey vio el delantal manchada de sangre, dio crédito a la acusación, enfureció tanto, que hizo construir una profunda mazmorra dondedos palomas juntas no penetrase la luz del sol ni de la luna, y en ella mandó encerrar a la Reina, condenándola a permanecer allí durante siete años sin comer ni beber, para que muriese de hambre y sed. Pero Dios Nuestro Señor envió a dos ángeles del cielo en forma de palomas blancas, que bajaban volando todos los días y le llevaban la comida; y esto duró hasta que transcurrieron los siete años.
Mientras tanto, el cocinero había pensado: «Puesto que el niño está dotado del don de ver satisfechos sus deseos, estando yo aquí podría provocar mi desgracia.» Salió del palacio y se dirigió a la casa del muchachito, que ya era lo bastante crecido para saber hablar, y le dijo:
– Desea tener un hermoso palacio, con jardín y todo lo que le corresponda.
Y apenas habían salido las palabras de los labios del niño, apareció todo lo deseado. Al cabo de algún tiempo, le dijo el cocinero:
– No está bien que vivas solo; desea una hermosa muchacha para compañera.
Expresó el niño este deseo, y en el acto se le presentó una doncella lindísima, como ningún pintor hubiera sido capaz de pintar. De ahí en adelante jugaron juntos, y se querían tiernamente, mientras el viejo cocinero se dedicaba a la caza, como un gentil hombre. Pero un día se le ocurrió que el príncipe podía sentir deseos de estar al lado de su padre, cosa que tal vez lo colocaría a él en una situación difícil. Salió, pues, y llevándose a la muchachita en un lugar apartado, le dijo: 

– Esta noche, cuando el niño esté dormido, te acercarás a su cama y, después de clavarle el cuchillo en el corazón, me traerás su corazón y su lengua. Si no lo haces, lo pagarás con la vida.
Partió, y al volver al día siguiente, la niña no había realizado su orden y le dijo:
– ¿Por qué tengo que derramar sangre inocente que no ha hecho mal a nadie?
– ¡Si no lo haces, te costará la vida! –le contestó el cocinero.
Cuando se marchó, la muchacha hizo traer una cierva joven y la hizo matar; luego le sacó el corazón y la lengua, y los puso en un plato. Al ver que se acercaba el viejo, dijo a su compañero:
– ¡Métete enseguida en la cama y tápate con la manta!
Entró el malvado y preguntó:
– ¿Dónde están el corazón y la lengua del niño?
Tendió la niña el plato, y en el mismo momento el príncipe, destapándose, exclamó:
– Viejo maldito, ¿por qué quisiste matarme? Ahora, oye tu sentencia. Vas a transformarte en perro de aguas; llevarás una cadena dorada al cuello y comerás carbones ardientes, de modo que el fuego te abrase la garganta.
Y al tiempo que pronunciaba estas palabras, el viejo quedó transformado en perro de aguas, con una cadena dorada, atada al cuello; y los cocineros le daban para comer carbones ardientes, que le abrasaban la garganta.
El hijo del Rey siguió viviendo todavía algún tiempo allí, siempre pensando en su madre, y en si vivía o estaba muerta. Finalmente le dijo a la muchacha: Clavel
– Quiero irme a mi patria; si te gusta acompañarme, yo cuidaré de ti.
– ¡Ay! -exclamó ella-. ¡Está tan lejos! Además, ¿qué haré en un país donde nadie me conoce? -. Al verla el príncipe indecisa, y como a los dos les dolía la separación, la convirtió en clavel y la prendió en su ojal.
Se puso entonces en camino de su tierra, y el perro no tuvo más remedio que seguirlo. Se dirigió a la torre que servía de prisión a su madre, y, como era muy alta, expresó el deseo de que apareciese una escalera capaz de llegar hasta la mazmorra, y, bajando por ella, preguntó en voz alta:
– Madrecita de mi alma, Señora Reina, ¿vivís aún o estáis muerta?
Y respondió ella:
– Acabo de comer y no tengo hambre -pensando que eran los ángeles.
Pero él dijo:
– Soy vuestro hijo querido, al que dijeron falsamente que las fieras os habían arrebatado del regazo; pero estoy vivo, y muy pronto os libertaré.
Y, volviendo a salir de la torre, se encaminó al palacio del Rey, su padre, donde se hizo anunciar como un cazador forastero, que solicitaba ser empleado en la corte. El Rey aceptó sus servicios, a condición de que fuera un hábil cazador y supiera encontrar caza mayor, pues en todo el reino no la había habido nunca. El cazador prometió proporcionarle en cantidad suficiente para proveer la real mesa. Reunió luego a todos los cazadores, a quienes ordenó que se dispusiesen a salir con él al monte. Partió con ellos, y, una vez llegados al terreno, los colocó en un gran círculo abierto en un punto; situándose él en el medio, empezó a desear, y en un momento entraron en el círculo alrededor de un centenar de magníficas piezas, y los cazadores no tuvieron más trabajo que derribarlas a tiros. Fueron luego cargadas en sesenta carretas y llevadas al Rey, quien vio, al fin, colmada de caza su mesa, después de muchos años de verse privado de ella.
Muy satisfecho el Rey, al día siguiente invitó a comer a toda la Corte, para lo cual hizo preparar un espléndido banquete. cazador
Estando ya todos reunidos, dijo, dirigiéndose al joven cazador:
– Puesto que has demostrado tanta habilidad, te sentarás a mi lado.
– Señor Rey, Vuestra Majestad me hace demasiado honor -respondió el joven-; no soy más que un sencillo cazador.
Pero el Rey insistió, diciendo:
– Quiero que te sientes a mi lado -y el joven tuvo que obedecer. Durante todo el tiempo pensaba en su querida madre, y, al fin, formuló el deseo de que uno de los cortesanos más altos hablara de ella y preguntara qué tal lo pasaba en la torre la Señora Reina; si vivía aún o había muerto. Apenas había formulado en su mente este deseo, cuando el mariscal se dirigió al Monarca en estos términos:
– Serenísima Majestad, ya que nos encontramos aquí todos contentos y disfrutando, ¿cómo lo pasa la Señora Reina? ¿Vive o ya murió?
A lo cual respondió el Rey:
– Dejó que las fieras devorasen a mi hijo amadísimo; no quiero que se hable más de ella.
Levantándose entonces el cazador, dijo:
– Mí venerado Señor y Padre: la Reina vive todavía, y yo soy su hijo, y no fueron las fieras las que me robaron, sino aquel malvado cocinero viejo que, mientras mi madre dormía, me arrebató de su regazo, manchando su delantal con la sangre de un pollo -. Y, agarrando al perro por el collar de oro, añadió-:

– ¡Éste es el criminal! -y mandó traer carbones encendidos, que el animal hubo de comerse en presencia de todos, quemándose la garganta. Preguntó luego al Rey si quería verlo en su figura humana, y, ante su respuesta afirmativa, lo convirtió a su primitiva condición de cocinero, con su blanco mandil y el cuchillo al costado. Al verlo el Rey, ordenó, enfurecido, que lo arrojasen en el calabozo más profundo. Luego siguió diciendo el cazador:
– Padre mío, ¿queréis ver también a la doncella que ha cuidado de mí, y a la que ordenaron me quitase la vida bajo pena de la suya, a pesar de lo cual no lo hizo?
– ¡Oh sí, con mucho gusto! -respondió el Rey.
– Padre y Señor mío, os la mostraré en figura de una bella flor -dijo el príncipe, y, sacándose del bolsillo el clavel, lo puso sobre la mesa real; y era hermoso como jamás el Rey viera otro semejante. Siguió el hijo:

– Ahora os la voy a presentar en su verdadera figura humana -y deseó que se transforme en doncella. Y el cambio se produjo en el acto, apareciendo ante los presentes una joven tan bella como ningún pintor habría sabido pintar. 
El Rey envió a la torre a dos camareras y dos criados a buscar a la Señora Reina, con orden de acompañarla a la mesa real. Al llegar a ella, se negó a comer y dijo:
– Dios misericordioso y compasivo, que me sostuvo en la torre, me llamará muy pronto.
Vivió aún tres días, y murió como una santa. Y al ser sepultada, la siguieron las dos palomas blancas que la habían alimentado durante su cautiverio, y que eran ángeles del cielo, y se posaron sobre su tumba. El anciano rey ordenó que el cocinero fuese descuartizado; pero la pesadumbre se había apoderado de su corazón, y no tardó tampoco en morir. Su hijo se casó con la hermosa doncella que se había llevado en figura de flor, y Dios sabe si todavía viven.