¿Por que se llaman así los dedos de la mano?


Empecemos por definir la palabra «dedo»: la palabra «dedo» viene del latín digitus, que tiene  el mismo significado. Según la RAE es cada uno de los cinco apéndices artículados en que terminan las manos y los pies de los seres humanos y de muchos animales.

Los nombres actuales de cada uno de los dedos de la mano son  continuación de los nombres latinos y se han formado o bien a partir de la posición en la mano, de alguna característica como la fuerza o dimensión y de la función que puede cumplir.

San Isidoro de Sevilla, un religioso de la época visigoda, nos los resume así:

La denominación de los dedos (digiti) se explica porque son diez (decem) o porque coexisten unidos en perfecta conjunción (decenter): encierran en sí el número perfecto y el más armonioso orden. El primero se llama pulgar (pollex), porque entre los otros goza de poder (pollere) y potestad. El segundo índice(index), y también salutaris o demonstratrorius, precisamente porque con él saludamos o señalamos. El tercero impúdico, porque con frecuencia se expresa con él alguna burla infamante. El cuarto anular, porque en él se lleva el anillo. Recibe también el nombre de medicinal, porque con él aplican los médicos los ungüentos. El quinto auricular, porque con él nos rascamos el oído.

Pero pasemos a la actualidad:

Dedo pulgar: Es el primer dedo de una mano. Es opuesto a los otros cuatro dedos y los puede tocar perfectamente. El nombre de este dedo deriva del latín pollicaris, que a su vez deriva de polleo que significa poder y fuerza, ya que este es el dedo más fuerte de la mano, permitiéndole además llevar a cabo la mayor parte de sus movimientos..

Dedo índice: Es el segundo dedo de la mano y se encuentra entre el pulgar y el dedo corazón. La palabra índice deriva del latín index, que significa indicador. Este dedo recibe su nombre de una de las principales funciones que cumple, como lo es señalar o indicar.

Dedo medio: Es el tercer dedo de la mano llamado también dedo medio o mayor. Se encuentra entre el dedo índice y el anular. También es conocido como el dedo cordial o corazón ya que se consideraba que al igual que el corazón se ubica en posición central.

Dedo anular: Es el cuarto dedo de la mano y está situado entre el dedo corazón y el meñique. Su nombre se debe a que antiguamente en Grecia se creía que había una vena que comunicaba este dedo directamente con el corazón, por eso los enamorados elegían ese dedo para colocarse un anillo como muestra de su amor.

Dedo meñique: Es el quinto dedo de la mano y está situado justo después del dedo anular. Es el dedo más pequeño de todos, la palabra meñique es una palabra que deriva del portugués menino, que significa pequeño. Este dedo se ha llamado también auricular, por el hábito de emplearlo al tratar de manipular el conducto auditivo.

Parte de: https://www.definicionabc.com/

La tetera (para la humildad) – Hans Christian Andersen


Érase una vez una tetera muy arrogante; estaba orgullosa de su porcelana, de su largo pitón, de su ancha asa; tenía algo delante y algo detrás: el pitón delante, y detrás el asa, y se complacía en hacerlo notar. Pero nunca hablaba de su tapadera, que estaba rota y encolada; o sea, que era defectuosa, y a nadie le gusta hablar de los propios defectos, ¡bastante lo hacen los demás! Las tazas, la mantequera y la azucarera, todo el servicio de té, en una palabra, a buen seguro que se había fijado en la hendidura de la tapa y hablaba más de ella que de la artística asa y del estupendo pitón. ¡Bien lo sabía la tetera!.


– «¡Las conozco! – decía para sus adentros -. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que otorgo, la que impero: reparto bendiciones entre la humanidad sedienta; en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida.


Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, rompióse el pitón y rompióse también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y de la torpe mano.

– ¡Este recuerdo no se borrará nunca de mi mente! – exclamó la tetera cuando, más adelante, relataba su vida -. Me llamaron inválida, me pusieron en un rincón, y al día siguiente me regalaron a una mujer que vino a mendigar un poco de grasa del asado. Descendí al mundo de los pobres, tan inútil por dentro como por fuera, y, sin embargo, allí empezó para mí una vida mejor. Se empieza siendo una cosa, y de pronto se pasa a ser otra distinta. Me llenaron de tierra, lo cual, para una tetera, es como si la enterrasen; pero entre la tierra pusieron un bulbo. Quién lo hizo, quién me lo dio, lo ignoro; el caso es que me lo regalaron. Fue una compensación por las hojas chinas y el agua hirviente, por el asa y el pitón rotos. Y el bulbo depositado en la tierra, en mi seno, se convirtió en mi corazón, mi corazón vivo; nunca lo había tenido. Desde entonces hubo vida en mí, fuerza y energías. Latió el pulso, el bulbo germinó, estalló por la expansión de sus pensamientos, y sentimientos, que cristalizaron en una flor. La vi, la sostuve, olvidéme de mí misma ante su belleza. ¡Dichoso el que se olvida de sí por los demás! No me dio las gracias ni pensó en mí; a él iban la admiración y los elogios de todos. Si yo me sentía tan contenta, ¿cómo no iba a ser ella admirada? Un día oí decir a alguien que se merecía una maceta mejor. Me partieron por la mitad; ¡ay, cómo dolió!, y la flor fue trasplantada a otro tiesto más nuevo, mientras a mí me arrojaron al patio, donde estoy convertida en cascos viejos. Mas conservo el recuerdo, y nadie podrá quitármelo.

De: https://www.andersenstories.com/es/

El dicho


Me han dicho que has dicho un dicho,
un dicho que he dicho yo;
ese dicho que te han dicho
que yo he dicho
no lo he dicho.
Y si yo lo hubiera dicho,
estaría muy bien dicho
por haberlo dicho yo.

Bañar un elefante


Bañar un elefante
en una palangana
es algo que hay que hacer
cada mañana.
En el último sueño,
antes de despertar,
al noble paquidermo
–paciente– hay que bañar.
Una pata primero,
siguen las otras tres,
a orejas y trompita
les tocará después.

Como la cola es corta
queda para el final.
¡Qué limpio y tan lustroso
que luce este animal!
Después de tal trabajo…
de tal complicación…
¡casi a todo problema
se encuentra solución!
Bañar un elefante
en una palangana
es algo que hay que hacer
cada mañana.

Autora: Elsa Bornemann

El burro y el pozo (para la perseverancia)


Un día el viejo burro de un campesino cayó en un pozo. El animal, asustado, rebuzno fuertemente durante horas mientras el campesino trataba de averiguar qué podía hacer.

Finalmente, el campesino pensó que el animal era ya demasiado mayor para darle un servicio útil y, además, el pozo estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas, por lo que realmente no valía la pena sacar al burro.

Entonces reunió a unos vecinos para que le ayudaran. Todos cogieron las palas y empezaron a echar tierra para cubrir el pozo con el burro dentro.

El burro, en el fondo del hoyo empezó a darse cuenta de lo que estaba pasando, sintió un intenso miedo al percibir la cercanía de la muerte y rebuznó aún más desconsolado. Poco después, para sorpresa de todos, se tranquilizó, asumió su fin y se tumbó dejando que la tierra le cubriera lentamente.

Tras unos minutos de tranquilidad, el burro abrió ampliamente los ojos y sonrió. Se incorporó pausadamente y se sacudió la tierra que le cubría el lomo y la cabeza. A medida que iba cayendo la tierra pudo ir dando pasos hacia arriba que lo acercaban a la deseada libertad.

Pronto, todos vieron sorprendidos como el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando con más vitalidad que cuando era joven

Moraleja:

Con constancia puedes superar los obstáculos que se presenten. ¡Como el burro, nunca te rindas!

El zurrón que cantaba


Cuando era pequeña mi abuela me contaba este cuento ¡ No me cansaba de oírlo! y continuamente le pedía que me lo volviera a contar.

Había una vez una niña llamada María a la que su padre regaló por su cumpleaños un anillito de oro. La pequeña estaba encantada con él y lo miraba una y otra vez mientras que su madre le recordaba que debía tener mucho cuidado si no quería perderlo.

Un día como otro cualquiera la madre mandó a la pequeña a la fuente a buscar agua y ésta se quiso lavar las manos antes así que quitó el anillo y lo apoyó con cuidado encima de una piedra. Cuando acabó llenó su cántaro y se fue a casa. Hasta que de repente a medio camino…

– ¡Ay! ¡el anillo! ¡Me lo he dejado en la fuente!

Pero como ya estaba cerca de casa, decidió llevar primero el agua a casa e ir corriendo después a la fuente. Pero cuando llegó allí todo lo que había era un mendigo con las ropas rotas y sucias con un gran zurrón en el suelo.

– Oiga señor, ¿no habrá visto usted un anillo que estaba por aquí?…
– Sí, niña, está dentro de este zurrón. Entra y cógelo

Pero cuando María entró, el hombre la empujó y lo cerró rápidamente llevándose el zurrón con él y María dentro.

– Más te vale que sepas cantar niña, porque yo no voy a trabajar para mantenerte…

La pequeña oía desde el interior del zurrón la temible voz del mendigo, asustada y pensando en qué sería de ella.

Al día siguiente el hombre llegó a un pueblo y empezó a gritar que tenía un zurrón mágico que hablaba. Cuando las primeras personas se acercaron para verlo le dijo a la niña:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Y la niña empezó a cantar:

– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

La gente del pueblo aplaudía encantada ante tal espectáculo e incluso le lanzaban monedas al hombre. Nadie imaginaba que dentro del zurrón lo que había era en realidad una niña.

Mientras tanto, la madre de María empezó a impacientarse al ver que su hija tardaba demasiado en volver de la fuente. Fue a buscarla pero allí sólo encontró su cántaro. Todos en el pueblo empezaron entonces a buscarla pero no había ni rastro de ella.

Al cabo de un tiempo, un vecino del pueblo fue al pueblo de al lado en el que había feria y coincidió que en la plaza estaba el hombre del zurrón, quien de nuevo repetía su espectáculo:

Zurrón

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Y la niña cantaba:
– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

Pero el vecino encontró algo raro en la voz de la niña, así que se acercó al mendigo.

– ¡Qué espectáculo más maravilloso!
– Gracias, gracias.
– Debería usted venir a mi pueblo. Vería como le llenaban los bolsillos de monedas.
– En ese caso no se preocupe, que mañana mismo iré por allí.

En cuanto el vecino volvió a su pueblo fue rápidamente a contarle a los padres de María lo que le había dicho aquel hombre.

Al día siguiente el hombre del zurrón llegó a la plaza del pueblo. Allí estaban los padres de la niña que esperaban nerviosos el momento en que el zurrón cantara para saber si era o no su hija.

El hombre cogió su lanza y dijo:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.
Y la niña cantaba:
– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

Los padres supieron que estaban en lo cierto en cuanto oyeron la voz de la niña: ¡era su hija la que cantaba!. Esperaron a que acabara el espectáculo para hablar con el hombre e invitarlo a cenar a su casa.

– Suba a la cocina con mi marido y deme si quiere el zurrón que se lo guardo aquí – dijo la madre.
– ¡Ah! si, si, tenga, es usted muy amable.

Cuando la madre abrió el zurrón salió de dentro su hija muy asustada y contenta de volver a verla. Sus padres le dieron un abrazo y le mandaron ir a buscar al perro y al gato para meterlos en su lugar y que el hombre no se diese cuenta de que ella no estaba.

– ¡Verás que sorpresa se dará cuando lo abra! – dijo la madre

Cuando al día siguiente el hombre llegó a otro pueblo dijo:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Pero el zurrón no cantaba. Así que el hombre le dio con la lanza y volvió a decir lo mismo. Esta vez del zurrón salieron maullidos y ladridos. La gente empezó a abuchear al hombre, quien volvió a clavar la lanza en el zurrón. Dentro, el perro y el gato estaban cada vez más enfadados y no dejaban de pelearse.

El hombre furioso, abrió el zurrón pero entonces… salieron el perro y el gato, el perro le mordió la nariz y el gato le llenó la cara de arañazos. Y por si esto fuera poco, la gente del pueblo estaba tan enfadada porque había tratado de engañarlos que fueron a por palos para darle su merecido.

Dicen que el pobre hombre del zurrón quedó tan maltrecho que todavía no se ha recuperado. Y desde entonces todos los niños saben tal y como les dicen los mayores, que si se portan mal el hombre del zurrón vendrá a buscarlos.

El niño que nunca quería dormir (para la obediencia)


Pablo era un niño que siempre quería hacer cosas divertidas. Durante todo el día hacía de todo, pero cuando llegaba la noche nunca quería dormir. Sus papás le regañaban y hacían todo lo posible para que Pablo se durmiera a una hora normal, como todos los niños.

– Pablo, ya te hemos contado dos cuentos y te hemos hecho cosquillitas. Ahora hay que dormir para recuperar energía – le decían.

Pero Pablo no quería dormir y, sin que sus padres se dieran cuenta, se escapaba de la cama y se ponía a jugar con sus juguetes o a leer libros.

Cuando sus papás se daban cuenta, volvían a regañarle:

– Pablo, ¡a dormir!, ¡Si no descansas no tendrás fuerzas mañana!

Pero Pablo hacía lo que le daba la gana.

La verdad es que Pablo siempre tenía un montón de energía para hacer todo. Jugaba un montón, aprendía muchas cosas en el cole, hacía sus tareas, iba a clases de natación y de inglés y, por la noche, aun seguía teniendo energía.

Día tras día era igual y llegó un momento en el que ni siquiera cerraba los ojos por la noche. ¡Ni siquiera un ratito!

Pero, tras un tiempo, empezaron a pasar cosas raras. Un día, en una de sus clases de natación, organizaron una carrera y Pablo, que era siempre de los mejores, se quedó el último.

– ¡Qué raro! ¡Yo siempre soy muy rápido y hoy nadé muy lento! – pensó.

Otro día, en un examen del colegio, Pablo sacó una mala nota.

– ¡Qué raro! ¡Yo siempre saco buenas notas! ¿Qué habrá pasado? – se preguntaba.

Y así, fueron ocurriendo un montón de cosas parecidas, hasta que un día, pasó algo bastante grave. Pablo estaba jugando un partido de fútbol y, de repente, cayó al suelo. No podía levantarse y mucho menos correr detrás de la pelota.

Estuvo varios días súper cansado sin poder moverse de la cama y llegó a caer enfermo. Tuvo que ir al médico, cosa que odiaba, y estando allí, el doctor le explicó que si no dormía ni descansaba bien, nunca tendría la energía suficiente:

– Pablo, dormir es tan importante como comer. Si no lo haces, no tendrás fuerza para hacer todas las cosas que tanto te gustan.

Pablo estuvo tanto tiempo enfermo que echaba de menos hacer cosas divertidas y, cuando se recuperó por fin, entendió que día a día, es necesario divertirse, pero igual de necesario es descansar.

Desde entonces, Pablo fue obediente, empezó a hacer todas las cosas divertidas que le gustaban por el día, pero, por la noche…¡a dormir!,

De: Irene Hernández (http://www.cuentoscortos.com/)