La tetera (para la humildad) – Hans Christian Andersen


Érase una vez una tetera muy arrogante; estaba orgullosa de su porcelana, de su largo pitón, de su ancha asa; tenía algo delante y algo detrás: el pitón delante, y detrás el asa, y se complacía en hacerlo notar. Pero nunca hablaba de su tapadera, que estaba rota y encolada; o sea, que era defectuosa, y a nadie le gusta hablar de los propios defectos, ¡bastante lo hacen los demás! Las tazas, la mantequera y la azucarera, todo el servicio de té, en una palabra, a buen seguro que se había fijado en la hendidura de la tapa y hablaba más de ella que de la artística asa y del estupendo pitón. ¡Bien lo sabía la tetera!.


– «¡Las conozco! – decía para sus adentros -. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que otorgo, la que impero: reparto bendiciones entre la humanidad sedienta; en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida.


Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, rompióse el pitón y rompióse también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y de la torpe mano.

– ¡Este recuerdo no se borrará nunca de mi mente! – exclamó la tetera cuando, más adelante, relataba su vida -. Me llamaron inválida, me pusieron en un rincón, y al día siguiente me regalaron a una mujer que vino a mendigar un poco de grasa del asado. Descendí al mundo de los pobres, tan inútil por dentro como por fuera, y, sin embargo, allí empezó para mí una vida mejor. Se empieza siendo una cosa, y de pronto se pasa a ser otra distinta. Me llenaron de tierra, lo cual, para una tetera, es como si la enterrasen; pero entre la tierra pusieron un bulbo. Quién lo hizo, quién me lo dio, lo ignoro; el caso es que me lo regalaron. Fue una compensación por las hojas chinas y el agua hirviente, por el asa y el pitón rotos. Y el bulbo depositado en la tierra, en mi seno, se convirtió en mi corazón, mi corazón vivo; nunca lo había tenido. Desde entonces hubo vida en mí, fuerza y energías. Latió el pulso, el bulbo germinó, estalló por la expansión de sus pensamientos, y sentimientos, que cristalizaron en una flor. La vi, la sostuve, olvidéme de mí misma ante su belleza. ¡Dichoso el que se olvida de sí por los demás! No me dio las gracias ni pensó en mí; a él iban la admiración y los elogios de todos. Si yo me sentía tan contenta, ¿cómo no iba a ser ella admirada? Un día oí decir a alguien que se merecía una maceta mejor. Me partieron por la mitad; ¡ay, cómo dolió!, y la flor fue trasplantada a otro tiesto más nuevo, mientras a mí me arrojaron al patio, donde estoy convertida en cascos viejos. Mas conservo el recuerdo, y nadie podrá quitármelo.

De: https://www.andersenstories.com/es/

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El zurrón que cantaba


Cuando era pequeña mi abuela me contaba este cuento ¡ No me cansaba de oírlo! y continuamente le pedía que me lo volviera a contar.

Había una vez una niña llamada María a la que su padre regaló por su cumpleaños un anillito de oro. La pequeña estaba encantada con él y lo miraba una y otra vez mientras que su madre le recordaba que debía tener mucho cuidado si no quería perderlo.

Un día como otro cualquiera la madre mandó a la pequeña a la fuente a buscar agua y ésta se quiso lavar las manos antes así que quitó el anillo y lo apoyó con cuidado encima de una piedra. Cuando acabó llenó su cántaro y se fue a casa. Hasta que de repente a medio camino…

– ¡Ay! ¡el anillo! ¡Me lo he dejado en la fuente!

Pero como ya estaba cerca de casa, decidió llevar primero el agua a casa e ir corriendo después a la fuente. Pero cuando llegó allí todo lo que había era un mendigo con las ropas rotas y sucias con un gran zurrón en el suelo.

– Oiga señor, ¿no habrá visto usted un anillo que estaba por aquí?…
– Sí, niña, está dentro de este zurrón. Entra y cógelo

Pero cuando María entró, el hombre la empujó y lo cerró rápidamente llevándose el zurrón con él y María dentro.

– Más te vale que sepas cantar niña, porque yo no voy a trabajar para mantenerte…

La pequeña oía desde el interior del zurrón la temible voz del mendigo, asustada y pensando en qué sería de ella.

Al día siguiente el hombre llegó a un pueblo y empezó a gritar que tenía un zurrón mágico que hablaba. Cuando las primeras personas se acercaron para verlo le dijo a la niña:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Y la niña empezó a cantar:

– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

La gente del pueblo aplaudía encantada ante tal espectáculo e incluso le lanzaban monedas al hombre. Nadie imaginaba que dentro del zurrón lo que había era en realidad una niña.

Mientras tanto, la madre de María empezó a impacientarse al ver que su hija tardaba demasiado en volver de la fuente. Fue a buscarla pero allí sólo encontró su cántaro. Todos en el pueblo empezaron entonces a buscarla pero no había ni rastro de ella.

Al cabo de un tiempo, un vecino del pueblo fue al pueblo de al lado en el que había feria y coincidió que en la plaza estaba el hombre del zurrón, quien de nuevo repetía su espectáculo:

Zurrón

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Y la niña cantaba:
– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

Pero el vecino encontró algo raro en la voz de la niña, así que se acercó al mendigo.

– ¡Qué espectáculo más maravilloso!
– Gracias, gracias.
– Debería usted venir a mi pueblo. Vería como le llenaban los bolsillos de monedas.
– En ese caso no se preocupe, que mañana mismo iré por allí.

En cuanto el vecino volvió a su pueblo fue rápidamente a contarle a los padres de María lo que le había dicho aquel hombre.

Al día siguiente el hombre del zurrón llegó a la plaza del pueblo. Allí estaban los padres de la niña que esperaban nerviosos el momento en que el zurrón cantara para saber si era o no su hija.

El hombre cogió su lanza y dijo:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.
Y la niña cantaba:
– Por el anillito de oro que en la fuente me dejé, en un zurrón me han metido y en un zurrón moriré.

Los padres supieron que estaban en lo cierto en cuanto oyeron la voz de la niña: ¡era su hija la que cantaba!. Esperaron a que acabara el espectáculo para hablar con el hombre e invitarlo a cenar a su casa.

– Suba a la cocina con mi marido y deme si quiere el zurrón que se lo guardo aquí – dijo la madre.
– ¡Ah! si, si, tenga, es usted muy amable.

Cuando la madre abrió el zurrón salió de dentro su hija muy asustada y contenta de volver a verla. Sus padres le dieron un abrazo y le mandaron ir a buscar al perro y al gato para meterlos en su lugar y que el hombre no se diese cuenta de que ella no estaba.

– ¡Verás que sorpresa se dará cuando lo abra! – dijo la madre

Cuando al día siguiente el hombre llegó a otro pueblo dijo:

– Canta zurroncito, canta que si no te hinco la lanza.

Pero el zurrón no cantaba. Así que el hombre le dio con la lanza y volvió a decir lo mismo. Esta vez del zurrón salieron maullidos y ladridos. La gente empezó a abuchear al hombre, quien volvió a clavar la lanza en el zurrón. Dentro, el perro y el gato estaban cada vez más enfadados y no dejaban de pelearse.

El hombre furioso, abrió el zurrón pero entonces… salieron el perro y el gato, el perro le mordió la nariz y el gato le llenó la cara de arañazos. Y por si esto fuera poco, la gente del pueblo estaba tan enfadada porque había tratado de engañarlos que fueron a por palos para darle su merecido.

Dicen que el pobre hombre del zurrón quedó tan maltrecho que todavía no se ha recuperado. Y desde entonces todos los niños saben tal y como les dicen los mayores, que si se portan mal el hombre del zurrón vendrá a buscarlos.

El niño que nunca quería dormir (para la obediencia)


Pablo era un niño que siempre quería hacer cosas divertidas. Durante todo el día hacía de todo, pero cuando llegaba la noche nunca quería dormir. Sus papás le regañaban y hacían todo lo posible para que Pablo se durmiera a una hora normal, como todos los niños.

– Pablo, ya te hemos contado dos cuentos y te hemos hecho cosquillitas. Ahora hay que dormir para recuperar energía – le decían.

Pero Pablo no quería dormir y, sin que sus padres se dieran cuenta, se escapaba de la cama y se ponía a jugar con sus juguetes o a leer libros.

Cuando sus papás se daban cuenta, volvían a regañarle:

– Pablo, ¡a dormir!, ¡Si no descansas no tendrás fuerzas mañana!

Pero Pablo hacía lo que le daba la gana.

La verdad es que Pablo siempre tenía un montón de energía para hacer todo. Jugaba un montón, aprendía muchas cosas en el cole, hacía sus tareas, iba a clases de natación y de inglés y, por la noche, aun seguía teniendo energía.

Día tras día era igual y llegó un momento en el que ni siquiera cerraba los ojos por la noche. ¡Ni siquiera un ratito!

Pero, tras un tiempo, empezaron a pasar cosas raras. Un día, en una de sus clases de natación, organizaron una carrera y Pablo, que era siempre de los mejores, se quedó el último.

– ¡Qué raro! ¡Yo siempre soy muy rápido y hoy nadé muy lento! – pensó.

Otro día, en un examen del colegio, Pablo sacó una mala nota.

– ¡Qué raro! ¡Yo siempre saco buenas notas! ¿Qué habrá pasado? – se preguntaba.

Y así, fueron ocurriendo un montón de cosas parecidas, hasta que un día, pasó algo bastante grave. Pablo estaba jugando un partido de fútbol y, de repente, cayó al suelo. No podía levantarse y mucho menos correr detrás de la pelota.

Estuvo varios días súper cansado sin poder moverse de la cama y llegó a caer enfermo. Tuvo que ir al médico, cosa que odiaba, y estando allí, el doctor le explicó que si no dormía ni descansaba bien, nunca tendría la energía suficiente:

– Pablo, dormir es tan importante como comer. Si no lo haces, no tendrás fuerza para hacer todas las cosas que tanto te gustan.

Pablo estuvo tanto tiempo enfermo que echaba de menos hacer cosas divertidas y, cuando se recuperó por fin, entendió que día a día, es necesario divertirse, pero igual de necesario es descansar.

Desde entonces, Pablo fue obediente, empezó a hacer todas las cosas divertidas que le gustaban por el día, pero, por la noche…¡a dormir!,

De: Irene Hernández (http://www.cuentoscortos.com/)

Pescando la luna en el pozo


Una noche, Haojia fue a buscar un poco de agua al pozo. Para su sorpresa, cuando miró dentro, encontró la luna hundida en él brillando:

  • ¡Oh, Dios mío!, ¡Qué lástima! ¡La hermosa luna se ha caído en el pozo!.

Así que corrió a casa en busca de un anzuelo, lo ató con una cuerda a su cubo y luego lo tiró al pozo para pescar a la luna.

Después de un largo rato de esperar a pescarla, Haojia se alegró de descubrir que algo había sido atrapado por el anzuelo. ¡Debió pensar que era la luna!. Tiró con fuerza de la cuerda y debido al fuerte tirón, la cuerda se rompió en pedazos y Haojia cayó de espaldas. Entonces vio la luna de nuevo en lo alto del cielo y suspiró con emoción:

  • ¡Ajá, finalmente volvió a su lugar! ¡Qué buen trabajo!

 Se sintió muy feliz y contó a todos los que se encontraba con gran orgullo lo que había hecho ¡había salvado a la luna de morir ahogada!.

Cuento chino

Las palomas y la red – para el trabajo en equipo


Un bonito día de verano, un grupo de palomas decidieron ponerse a volar para buscar comida. Volaron durante mucho tiempo, pasando por encima de ciudades y pueblos, hasta que llegaron a un gran prado verde.

– ¡Mirad ahí! Hay algunos granos para comer entre la hierba- gritó la paloma más joven-. Estoy hambrienta y cansada de volar. Dejemos de buscar y bajemos a comer-.

Y empezó a batir las alas para descender hasta el suelo.

– ¡Espera!-, gritó la líder de la bandada de pájaros-. Podría ser una trampa. ¿Por qué debería haber granos en una zona tan aislada?

– ¡No seas tan desconfiada! Se le deben haber caído a alguien que pasaba por aquí-. Dijo otra de las palomas.

– No perdamos más el tiempo. ¡Yo también tengo hambre!-, añadió una tercera paloma. – Está bien. Si todas insistís y tenéis tanta hambre que no os importa arriesgar vuestra vida, iremos a comer – dijo la que los guiaba.

Así que las palomas decidieron bajar hasta el suelo y empezaron a comer. Después del largo y cansado viaje, la comida les parecía deliciosa.

Pero, de pronto, una red cayó sobre las palomas y quedaron atrapadas.

-¡Es una trampa! ¡Socorro!, gritaban todas con mucho miedo.

– Ya os dije que debíamos ir con cuidado-, dijo la líder-. Pero de todas formas, tranquilizaos. Podemos liberarnos, pero debemos estar unidas.

– ¿Cómo podemos salir de aquí? ¡Explícanos qué debemos hacer!- Gritaban mientras intentaban escapar muy asustadas, saltando cada una por su lado.

– Dejadme pensar un momento. Tengo una idea- dijo la líder de pronto-. Debemos actuar todas a la vez. Ponernos a volar juntas y llevar la red con nosotras. ¡Recordad que debemos estar unidas!

Cada paloma cogió una parte de la red con su pico y, todas juntas, empezaron a batir las alas para despegar. El cazador se quedó atónito ante la visión de las palomas volando con la red. Empezó a correr detrás de las palomas, esperando que cayesen. Pero cuando le vieron, las palomas volaron todavía más alto, hasta que se posaron en la cima de una pequeña montaña.

El cazador intentó escalarla, pero pronto se cansó y decidió dejar ir a sus presas.- Ahora debemos volar hacia el río-, dijo el líder.

– ¡Pero estoy muy cansada!- exclamó la paloma más joven- ¡No puedo volar más!

– No te preocupes, yo te ayudaré. Los fuertes deben ayudar a los débiles. Pronto seré yo quien sea viejo y débil, mientras que tú habrás crecido y serás fuerte. Entonces tú me ayudarás a mi porqué dependeré de tu fuerza. Ahora acércate a mí, que con mi fuerza podré llevarte en esta red.

Y volaron hasta la orilla del río, donde la líder de las palomas llamó a su amigo el ratón y le contó lo que les había pasado.

– Querido ratón, estamos aquí atrapados por culpa de un malvado cazador. Solo tú puedes salvarnos y liberarnos de esta red- rogó la paloma jefe. Entonces el ratón las quiso ayudar y empezó a roer la red para liberar a la líder, que se quejó – No, no me liberes a mi primero. Esta pequeña paloma está muy débil y cansada, libérala antes. Después libera a los demás antes que a mí. Yo soy la líder, por lo que debo cuidar de todas y ser la última.

El ratón cortó la red con sus afilados dientes y liberó a todas las palomas. Por último también liberó a su líder. Todas le dieron las gracias y se fueron volando hacia su casa.

Mientras volaban la pequeña paloma dijo:

– Nuestro líder es mayor pero sabía. Su sabiduría es lo que nos ha salvado hoy.

– No, pequeño. Ha sido vuestra unión lo que nos ha dado fuerza y ha permitido salvarnos-, replicó la paloma líder.- La unión es lo que nos da la mayor fuerza.

Y de esta manera las palomas pudieron volver a su casa tranquilamente con sus familias

El cuento que no quería escribirse (para gestionar la frustración)


El papel estaba en blanco. Savannah debía escribir un cuento para su clase de Lengua, pero el lápiz no se dejaba agarrar. Este bailaba sobre la mesa junto a las pinturas de colores. Era tal la fiesta que al color amarillo le dio un ataque de risa y acabó caído en el suelo. A la pequeña niña no le quedó más remedio que unirse al baile. Cuando sonaba un vals, Savannah consiguió engañar al lápiz y al fin pudo dominarlo.

Sobre el papel escribió: «Érase una vez…», pero las letras desaparecían al instante. Probó entonces con «Había una vez …»  y el resultado fue el mismo. Savannah lo intentó de muchas maneras y para ello no dejó fórmula sin probar: «En un lugar muy lejano… «, «En el antiguo reino…»  pero nada funcionaba.

Como no se daba por vencida decidió empezar el cuento por el final. Y así, con mucho cuidado y bien despacito, escribió ..»… colorín colorado, este cuento se ha acabado». Apenas duraron unos minutos las palabras en el papel. Estas acabaron estallando en unos coloridos fuegos artificiales.

Savannah no estaba consiguiendo escribir su cuento, pero tenía que reconocer que se lo estaba pasando muy bien. La mesa de estudio parecía el escenario de un gran espectáculo. Así que decidió dejarse llevar y unirse a la fiesta. Jugó con todas las pinturas, cantó con el lápiz e hizo un vestido para su muñeca con los papeles.

Al día siguiente, entró en la clase de Lengua con la cabeza bien alta. Aunque no llevaba el cuento escrito como el resto de sus compañeros no estaba preocupada. Había aprendido que a veces aunque se intentan hacer bien las cosas estas no salen como las habíamos pensado. Lo importante era haberlo intentado y haber buscado una solución alternativa. Así, cuando la profesora le pidió su cuento, Savannah le explicó los problemas que había tenido para escribirlo. Sin embargo, su cuento estaba en su cabeza y acudió a la tradición oral para narrarlo en voz alta a sus amigos.

De: https://www.guiainfantil.com/

Las sillas mágicas (para aprender a perder)


Esta mañana llueve en la ciudad donde vive Bruno, conforme se va acercando la tan deseada hora del recreo, los niños miran por la ventana con tristeza porque saben que, si no deja de llover no podrán salir de clase para jugar con sus amigos y no, no tiene pinta de dejar de llover.

Cuando suena el timbre que marca la hora de salir al recreo, la lluvia aún es más intensa y los niños protestan porque quieren salir a jugar con los amigos de otras clases.

Aunque en clase están calentitos, no hay espacio para jugar y con lo único que pueden entretenerse es leyendo un libro del rincón de la pequeña biblioteca y no es algo que les atraiga mucho después de dar una clase de lengua con lectura incluida. Prefieren jugar al futbol, al escondite, al pillado… y ninguna de esas cosas se puede hacer dentro de la clase, al menos eso piensan ellos.

Viendo la cara de aburrimiento de unos y harta de escuchar las protestas de otros, a María se le ocurre una idea para que sus alumnos se diviertan un poco dentro del aula.

La maestra pide silencio y cuando ya todos se han callado, manda a un par de alumnos a por el equipo de música a secretaria y al resto de niños a que aparten las mesas y pongan todas las sillas en un círculo. Todas menos una.

– ¿Qué vamos a hacer con tantas sillas? – pregunta un niño con curiosidad.

– Esperad que vengan vuestros compañeros y lo veréis.- dice María sonriendo.

Al instante, llegan los niños con el equipo de música y María comienza a explicar cómo se juega a “Las sillas Musicales”. Con unas cuantas sillas, forma un circulo y pide a unos cuantos niños, entre los que se encuentra Bruno, que se coloquen de pie alrededor de ellas.

Una vez colocados y enchufado el equipo, pide a otro niño que ponga el CD en marcha y comienza a sonar la música. Siguiendo a la maestra, los niños comienzan a dar vueltas alrededor de las sillas hasta que, a la señal de María, el niño detiene la música y al ver a María sentarse, el resto de los niños hacen lo mismo, menos Bruno que se comienza a pelear con uno de los niños para que se levante de la silla.

– ¡Esa es mi silla, quítate de ahí!- le grita mientras le empuja para echarle de la silla.

– Bruno es un juego. Si te has quedado sin silla, tendrás que esperar a que terminemos de jugar para comenzar de nuevo. Pídele perdón a tu compañero.- le pide María sorprendida por su comportamiento.

– Pero es mi silla, el me la ha quitado. No le pienso pedir perdón.- dice el niño cruzándose de brazos.

– Muy bien, si eso es lo que quieres, ve a tu sitio y quédate ahí hasta que pienses si está bien lo que has hecho y si merece la pena enfadarse por una tontería, en lugar de divertirte con tus amigos.- le insiste María viendo la terquedad de Bruno.

Bruno obedece y se va a su sitio, pensando todavía que lo que están haciendo es perder el tiempo haciendo tonterías con unas cuantas sillas. Pero a medida que ve a sus amigos jugando y riendo, va cambiando su forma de pensar y siente hasta un poco de envidia al ver lo bien que se lo están pasando.

Arrepentido por lo que ha hecho, Bruno mira de reojo al compañero al que ha intentado tirar de la silla, pero su orgullo le impide ir a pedirle perdón. Nunca ha perdido en ningún juego y está enfadado todavía por haber perdido en un juego al que él considera que es absurdo, pero con el que se están divirtiendo el resto de los amigos.

María, que sigue jugando con los demás niños, ve que Bruno parece haberse calmado ya de su enfado inicial y decide acercarse a razonar con el niño.

Mientras los demás niños siguen jugando a las “Sillas musicales” olvidándose de la lluvia que sigue cayendo fuera, María habla con Bruno sobre lo que ha pasado y lo importante que es saber perder sin enfadarse y los buenos momentos y amigos que se puede perder por comportarse así.

Bruno le pide si puede llamar a su amigo, le da mucha vergüenza pedirle perdón delante de todos los compañeros después de cómo se ha comportado en la clase. María acepta con una sonrisa y llama al niño con el que Bruno se ha peleado.

Ambos se disculpan y se dan un gran abrazo, al que los demás reciben con un aplauso.  Como todavía quedan unos minutos antes de que finalice el recreo, deciden volver a jugar con los demás y Bruno le promete a sus compañeros y a María que no volverá a enfadarse cuando pierda en un juego.

De: https://www.educapeques.com/