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Solución a la adivinanza nº 209
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Esta historia de la India se explica a los niños de la región de Panchatantra y muestra como estos animales, que en principio deberían ser enemigos, se ayudaban entre ellos para luchar contra su peor enemigo -los cazadores-.
Érase una vez cuatro amigos muy distintos, un ratón, un cuervo, un ciervo, y una tortuga, que vivían en el medio del bosque. Aunque eran muy diferentes, eran muy amigos y todos se ayudaban entre ellos cuando lo necesitaban. Un buen día, el ratón, el cuervo y el ciervo estaban hablando tranquilamente debajo de un árbol cuando de repente escucharon un grito. ¡Era su amigo, la tortuga! ¡Y estaba atrapada en la red de un cazador!.
– «¡Uh oh!» «¡Uh oh!» -exclamó el ciervo con temor, «¿qué hacemos ahora?» , preguntó con preocupación.
– «No te desesperes», dijo el ratón, «tengo un plan».
Y explicó a todos sus amigos su plan para salvar del cazador a su amigo tortuga. A todos los amigos les pareció genial y rápidamente se pusieron en marcha.
Primero, el ciervo corrió hacia el cazador, que miraba la tortuga atrapada en la red. Muy rápido, sin que se diera cuenta, el ciervo se estiró en medio del bosque, como si estuviera muerto. Entonces, el cuervo, bajó a toda velocidad e hizo ver que picoteaba el ciervo. El cazador se acercó a ver que pasaba, pero el cuervo movía mucho las alas y no le dejaba ver nada.
El cazador se puso nervioso, y después de un momento consiguió ver lo que había.
– «¡Que suerte! ¡Aquí hay un ciervo, todo listo para mí!», exclamó.
Entonces se dirigió al ciervo para recogerlo, llevarlo a su casa y comerlo para cenar. Pero el cuervo no se lo puso fácil y no paraba de batir las alas para hacer más difícil el trabajo del cazador.
En ese momento, muy sigilosamente, el ratón se acercó a la tortuga, que seguía atrapada en la red y empezó a masticar las cuerdas para salvar a su amigo. Así la tortuga consiguió escapar con su amigo el ratón mientras el cazador estaba distraído mirando el ciervo.
Cuando el cuervo se dio cuenta de que la tortuga ya era libre se fue volando y el ciervo se levantó y corrió. El cazador se quedó atónito y decidió volver a ver a la tortuga, pero la tortuga se había escapado!
– «Si yo no hubiera sido tan codicioso», pensó.
Entonces los cuatro amigos se reunieron de nuevo bajo el árbol, y no pudieron parar de reír recordando cómo engañaron al cazador entre todos, gracias al poder y la bondad de la amistad.
De: https://www.casaasia.es/
Érase una vez una princesa muy orgullosa; a cada pretendiente que se le presentaba le planteaba un acertijo, y si no lo acertaba, lo despedía con mofas y burlas. Mandó pregonar que se casaría con quien descifrase el enigma, fuese quien fuese. Un día llegaron tres sastres, que iban juntos; los dos mayores pensaron que, después de haber acertado tantas puntadas, mucho sería que fallaran en aquella ocasión. El tercero, en cambio, era un cabeza de chorlito, que no servía para nada, ni siquiera para su oficio; confiaba, en la suerte; pues, ¿en qué cosa podía confiar? Los otros dos le habían dicho:
– Mejor será que te quedes en casa. No llegarás muy lejos con tu poco talento.
Pero el sastrecillo no atendía a razones, y, diciendo que se le había metido en la cabeza intentar la aventura y que de un modo u otro se las arreglaría, marchó con ellos, como si tuviera el mundo en la mano. Se presentaron los tres a la princesa y le rogaron que les plantease su acertijo; ellos eran los hombres indicados, de agudo ingenio, que sabían cómo se enhebra una aguja. Entonces la princesa les dijo:
– Tengo en la cabeza un cabello de dos colores: ¿qué colores son éstos?
– Si no es más que eso – respondió el primero -: es negro y blanco, como el de ese paño que llaman sal y pimienta.
– No acertaste – respondió la princesa. – Que lo diga el segundo.
– Si no es negro y blanco -dijo el otro, – será castaño y rojo, como el traje de fiesta de mi padre.
– Tampoco es eso – exclamó la princesa. – Que conteste el tercero; éste sí que me parece que lo sabrá.
Adelantándose audazmente el sastrecillo, dijo:
– La princesa tiene en la cabeza un cabello plateado y dorado, y estos son los dos colores.
Al oír la joven sus palabras, palideció y casi se cayó del susto, pues el sastrecillo había adivinado el acertijo, y ella estaba casi segura de que ningún ser humano sería capaz de hacerlo.
Cuando se hubo recobrado, dijo:
– No me has ganado con esto, pues aún tienes que hacer otra cosa. Abajo, en el establo, tengo un oso; pasarás la noche con él, y si mañana, cuando me levante, vives todavía, me casaré contigo.
De este modo pensaba librarse del sastrecillo, pues hasta entonces nadie de cuantos habían caído en sus garras había salido de ellas con vida.
Pero el sastrecillo no se inmutó, y, simulando gran alegría, dijo:
– Cosa empezada, medio acabada.
Al anochecer, el hombre fue conducido a la cuadra del oso, el cual trató enseguida de saltar encima de él para darle la bienvenida a zarpazos.
– ¡Poco a poco! – dijo el sastrecillo. – ¡Ya te enseñaré yo a recibir a la gente!
Y con mucha tranquilidad, como si nada ocurriese, sacó del bolsillo unas cuantas nueces y, cascándolas con los dientes, empezó a comérselas. Al verlo el oso, le entraron ganas de comer nueces, y el sastre, volviendo a meter mano en el bolsillo, le ofreció un puñado; sólo que no eran nueces, sino guijas. El oso se las introdujo en la boca; pero por mucho que mascó, no pudo romperlas.
– «¡Caramba! – pensaba -, ¡qué inútil soy, que ni siquiera puedo romper las nueces!» y, dirigiéndose al sastrecillo, le dijo:
– Rómpeme las nueces.
– ¡Ya ves si eres infeliz!, ¡con una boca tan enorme y ni siquiera eres capaz de partir una nuez!
Cogió las piedras y, escamoteándoles con agilidad, se metió una nuez en la boca y ¡crac!, de un mordisco la tuvo en dos mitades.
– Volveré a probarlo – dijo el oso. – Viéndote hacerlo me parece que también yo he de poder.
Pero el sastrecillo volvió a darle piedras, y el oso muerde que muerde con todas sus fuerzas. Pero no creas que se salió con la suya. Dejaron aquello, y el sastrecillo sacó un violín de debajo de su chaqueta y se puso a tocar una melodía. Al oír el oso la música, le entraron unas ganas irresistibles de bailar, y al cabo de un rato la cosa le resultaba tan divertida, que preguntó:
– Oye, ¿es difícil tocar el violín?
– ¡Bah! Un niño puede hacerlo. Mira, pongo aquí los dedos de la mano izquierda, y con la derecha paso el arco por las cuerdas, y, fíjate qué alegre: ¡Tralalá! ¡Liraliralerá!
– Pues no me gustaría poco saber tocar así el violín para poder bailar cuando tuviese ganas. ¿Qué dices a eso? ¿Quieres enseñarme?
– De mil amores – dijo el sastrecillo -; suponiendo que tengas aptitud. Pero trae esas zarpas. Son demasiado largas; tendré que recortarte las uñas.
Trajeron un torno de carpintero, y el oso puso en él las zarpas; el sastrecillo las atornilló sólidamente y luego dijo:
– Espera ahora a que vuelva con las tijeras – y, dejando al oso que gruñese cuanto le viniera en gana, se tumbó en un rincón sobre un haz de paja y se quedó dormido.
Cuando, al anochecer, la princesa oyó los fuertes bramidos del oso, no se le ocurrió pensar otra cosa sino que había hecho picadillo del sastre, y que gritaba de alegría. A la mañana siguiente se levantó tranquila y contenta; pero al ir a echar una mirada al establo, se encontró con que el hombre estaba tan fresco y sano como el pez en el agua. Ya no pudo seguir negándose, porque había hecho su promesa públicamente, y el Rey mandó preparar una carroza en la que el sastrecillo fue conducido a la iglesia para la celebración de la boda. Mientras tanto, los otros dos sastres, hombres de corazón ruin, envidiosos al ver la suerte de su compañero, bajaron al establo y pusieron en libertad al oso, el cual, enfurecido, se lanzó en persecución del coche. Oyéndolo la princesa gruñir y bramar, tuvo miedo y exclamó:
– ¡Ay, el oso nos persigue y quiere cogerte!
Pero el sastrecillo, con gran agilidad, sacó las piernas por la ventanilla, y gritó:
– ¿Ves este torno? ¡Si no te marchas, te amarraré a él!
El oso, al ver aquello, dio media vuelta y echó a correr. El sastrecillo entró tranquilamente en la iglesia, fue unido en matrimonio a la princesa, y, en adelante, vivió en su compañía alegre como una alondra. Y quien no lo crea pagará un ducado.
En un lejano bosque repleto de árboles vivían dos ardillas que eran muy amigas, la ardilla roja y la ardilla gris.
La ardilla roja era muy trabajadora. Cuando llegaba el otoño se pasaba el día recogiendo frutos secos para llenar su despensa.
La ardilla gris, sin embargo, era muy holgazana. Mientras su amiga trabajaba recogiendo frutos secos, ella se pasaba el día tumbada en el campo, disfrutando del paisaje, muy contenta de no hacer nada.
Cuando al final del otoño tuvo la ardilla roja repleta su despensa de frutos secos, se preparó a encerrarse en su casa, dispuesta a pasar el invierno tranquilamente.
Y llegaron los vientos y los fríos invernales. En el bosque era imposible estar. Todos los animalitos se escondían en sus casas y comían los frutos secos que habían recogido en el otoño.
Eran días desastrosos para la ardilla gris, la ardilla holgazana, quien por no ser trabajadora tenía la despensa vacía.
Una noche el bosque se llenó de nieve, los animalitos no podían encontrar comida fuera de su casa. Ahora tendrían que alimentarse cada uno con o que hubieran recogido en el otoño.
¡Pobre ardilla gris! ¡Había sido tan holgazana! Ahora no tenía nada en su despensa y casi se moría de hambre.
Un día la ardilla roja la vio venir medio muerta de hambre y frío, y llorando.
– Ardillita roja, amiga mía. ¡socórreme! Ya no puedo resistir más, me muero de hambre. Dame algo de comer.
La ardilla roja era muy bondadosa y la dejó entrar en su casa.
– Pasa, pobrecita. Aquí encontrarás comida y calor durante todo el invierno. Lo qué yo guardé en el otoño lo comeremos entre las dos.
– ¡Qué buena eres, querida compañera! – dijo emocionada la ardilla gris.
Pero como la comida estaba calculada para una ardilla sola, y no para dos, llegó un momento en que se acabó y vinieron días de escasez y de hambre.
Pero ya empezaba a hacer bueno y salieron a trabajar.
¡A trabajar! Tanto la ardillita roja, que siempre había sido trabajadora, como la ardillita gris que nunca había trabajado.
Y es que la ardillita roja había sido tan bondadosa que conmovió a la ardillita gris, y ésta le prometió que ya nunca volvería a ser holgazana.
(Serie infantil. Editorial Vascoamericana)
Un tigre hambriento consiguió atrapar un zorro y se dispuso a devorarlo. Disimulando su terror y sacando fuerzas de flaqueza, el zorro, en su intento por sobrevivir, dijo:
—¡Un momento! ¡Deténte! Te aseguro que yo soy el rey de los animales del bosque. Tal es el mandato del Dios Celestial que nadie puede desobedecer. A pesar de tu mucha fuerza, no podrás hacerme ningún daño, pues, si lo intentaras, serías severamente castigado por el Cielo.
—¡Vaya! —exclamó sorprendido el tigre—. Jamás había oído cosa semejante. ¿Cómo puedes demostrarme que efectivamente eres el rey de los animales del bosque por decreto del Dios Celestial?
—Nada es más fácil que eso —declaró el zorro, aparentando seguridad y arrogancia—. Ahora vamos a dar un paseo por el bosque. Tú sígueme a corta distancia y observa cómo todos los animales huyen de mí.
Componiendo la figura y pisando con firmeza, el zorro comenzó a caminar airosamente, seguido a corta distancia por el tigre. El felino se quedó totalmente perplejo cuando comprobó que los animales salían corriendo al paso del zorro, sin percatarse de que era del feroz tigre y no del inofensivo zorro del que huían.
¿Sabrías sacar tú una moraleja?
Leyenda china
Una zorra que nadaba a través de un río rápido fue llevada por la fuerza de la corriente a un barranco muy profundo, donde quedó durante mucho tiempo muy magullada, enferma, e incapaz de moverse. Un enjambre de moscas hambrientas que chupan sangre se habían colocado sobre ella.
Un erizo, que pasó por ahí, vio su angustia y preguntó si él debería ahuyentar las moscas que la atormentaban.
– De ningún modo, por favor no las molestes.
–¿Cómo es eso? ¿no quiere usted ser librada de ellas?
— No, porque estas moscas que usted ve ya están llenas de sangre, y me pican, pero muy poco, y si usted me libra de éstas que ya están saciados, otras más hambrientos vendrán en su lugar, y terminarán de beber toda la sangre que aún me queda.
Moraleja:
Tomar decisiones con buen juicio ofrece el mayor beneficio