El papel estaba en blanco. Savannah debía escribir un cuento para su clase de Lengua, pero el lápiz no se dejaba agarrar. Este bailaba sobre la mesa junto a las pinturas de colores. Era tal la fiesta que al color amarillo le dio un ataque de risa y acabó caído en el suelo. A la pequeña niña no le quedó más remedio que unirse al baile. Cuando sonaba un vals, Savannah consiguió engañar al lápiz y al fin pudo dominarlo.
Sobre el papel escribió: «Érase una vez…», pero las letras desaparecían al instante. Probó entonces con «Había una vez …» y el resultado fue el mismo. Savannah lo intentó de muchas maneras y para ello no dejó fórmula sin probar: «En un lugar muy lejano… «, «En el antiguo reino…» pero nada funcionaba.
Como no se daba por vencida decidió empezar el cuento por el final. Y así, con mucho cuidado y bien despacito, escribió ..»… colorín colorado, este cuento se ha acabado». Apenas duraron unos minutos las palabras en el papel. Estas acabaron estallando en unos coloridos fuegos artificiales.
Savannah no estaba consiguiendo escribirsu cuento, pero tenía que reconocer que se lo estaba pasando muy bien. La mesa de estudio parecía el escenario de un gran espectáculo. Así que decidió dejarse llevar y unirse a la fiesta. Jugó con todas las pinturas, cantó con el lápiz e hizo un vestido para su muñeca con los papeles.
Al día siguiente, entró en la clase de Lengua con la cabeza bien alta. Aunque no llevaba el cuento escrito como el resto de sus compañeros no estaba preocupada. Había aprendido que a veces aunque se intentan hacer bien las cosas estas no salen como las habíamos pensado.Lo importante era haberlo intentado y haber buscado una solución alternativa. Así, cuando la profesora le pidió su cuento, Savannah le explicó los problemas que había tenido para escribirlo. Sin embargo, su cuento estaba en su cabeza y acudió a la tradición oral para narrarlo en voz alta a sus amigos.
Esta mañana llueve en la ciudad donde vive Bruno, conforme se va acercando la tan deseada hora del recreo, los niños miran por la ventana con tristeza porque saben que, si no deja de llover no podrán salir de clase para jugar con sus amigos y no, no tiene pinta de dejar de llover.
Cuando suena el timbre que marca la hora de salir al recreo, la lluvia aún es más intensa y los niños protestan porque quieren salir a jugar con los amigos de otras clases.
Aunque en clase están calentitos, no hay espacio para jugar y con lo único que pueden entretenerse es leyendo un libro del rincón de la pequeña biblioteca y no es algo que les atraiga mucho después de dar una clase de lengua con lectura incluida. Prefieren jugar al futbol, al escondite, al pillado… y ninguna de esas cosas se puede hacer dentro de la clase, al menos eso piensan ellos.
Viendo la cara de aburrimiento de unos y harta de escuchar las protestas de otros, a María se le ocurre una idea para que sus alumnos se diviertan un poco dentro del aula.
La maestra pide silencio y cuando ya todos se han callado, manda a un par de alumnos a por el equipo de música a secretaria y al resto de niños a que aparten las mesas y pongan todas las sillas en un círculo. Todas menos una.
– ¿Qué vamos a hacer con tantas sillas? – pregunta un niño con curiosidad.
– Esperad que vengan vuestros compañeros y lo veréis.- dice María sonriendo.
Al instante, llegan los niños con el equipo de música y María comienza a explicar cómo se juega a “Las sillas Musicales”. Con unas cuantas sillas, forma un circulo y pide a unos cuantos niños, entre los que se encuentra Bruno, que se coloquen de pie alrededor de ellas.
Una vez colocados y enchufado el equipo, pide a otro niño que ponga el CD en marcha y comienza a sonar la música. Siguiendo a la maestra, los niños comienzan a dar vueltas alrededor de las sillas hasta que, a la señal de María, el niño detiene la música y al ver a María sentarse, el resto de los niños hacen lo mismo, menos Bruno que se comienza a pelear con uno de los niños para que se levante de la silla.
– ¡Esa es mi silla, quítate de ahí!- le grita mientras le empuja para echarle de la silla.
– Bruno es un juego. Si te has quedado sin silla, tendrás que esperar a que terminemos de jugar para comenzar de nuevo. Pídele perdón a tu compañero.- le pide María sorprendida por su comportamiento.
– Pero es mi silla, el me la ha quitado. No le pienso pedir perdón.- dice el niño cruzándose de brazos.
– Muy bien, si eso es lo que quieres, ve a tu sitio y quédate ahí hasta que pienses si está bien lo que has hecho y si merece la pena enfadarse por una tontería, en lugar de divertirte con tus amigos.- le insiste María viendo la terquedad de Bruno.
Bruno obedece y se va a su sitio, pensando todavía que lo que están haciendo es perder el tiempo haciendo tonterías con unas cuantas sillas. Pero a medida que ve a sus amigos jugando y riendo, va cambiando su forma de pensar y siente hasta un poco de envidia al ver lo bien que se lo están pasando.
Arrepentido por lo que ha hecho, Bruno mira de reojo al compañero al que ha intentado tirar de la silla, pero su orgullo le impide ir a pedirle perdón. Nunca ha perdido en ningún juego y está enfadado todavía por haber perdido en un juego al que él considera que es absurdo, pero con el que se están divirtiendo el resto de los amigos.
María, que sigue jugando con los demás niños, ve que Bruno parece haberse calmado ya de su enfado inicial y decide acercarse a razonar con el niño.
Mientras los demás niños siguen jugando a las “Sillas musicales” olvidándose de la lluvia que sigue cayendo fuera, María habla con Bruno sobre lo que ha pasado y lo importante que es saber perder sin enfadarse y los buenos momentos y amigos que se puede perder por comportarse así.
Bruno le pide si puede llamar a su amigo, le da mucha vergüenza pedirle perdón delante de todos los compañeros después de cómo se ha comportado en la clase. María acepta con una sonrisa y llama al niño con el que Bruno se ha peleado.
Ambos se disculpan y se dan un gran abrazo, al que los demás reciben con un aplauso. Como todavía quedan unos minutos antes de que finalice el recreo, deciden volver a jugar con los demás y Bruno le promete a sus compañeros y a María que no volverá a enfadarse cuando pierda en un juego.
Estoy segura de que a todos os gusta dibujar, ¡mirad qué fácil es hacer un índio!. Mira el vídeo y sigue sus pasos. Si quieres sube tu dibujo a la parte de comentarios para que todos veamos cómo ha quedado:
Mucha pluma en la cabeza
esparcidas con destreza
y con ellas el piel-roja
aunque llueve no se moja.
Llevará un hacha pequeña
—sólo para partir leña—.
Al hombro de su figura derecha, arco y flecha
para el venado cazado,
(porque no hay supermercado)
Desnudo como un tarzán
—ni bebe vino ni come pan—,
solo frutas y pescados,
es un ciudadano sano,
verdadero americano
—sin parientes en Europa—
gran corazón, —poca ropa—,
descalzo, sin alpargata
—si no lo atacas, no ataca—, es un indio pacifista
de bisontes cazador
Ojo de Lince Avizor.
Y ahora, felicidades al dibujante autor:
—Puedes estar orgulloso
de haber «hecho el indio» hermoso.
Hans Christian Anderser fue un escritor danés nacido en Odense en 1805 y fallecido en Copenhague en 1875. Escribió libros de poemas, novelas y piezas para el teatro pero es famoso por sus cuentos de hadas publicados entre 1835 y 1872. Andersen es el primer gran clásico de la literatura infantil.
Su familia era tan pobre que en ocasiones tuvo que dormir bajo un puente y mendigar. Fue hijo de un zapatero de veintidós años, instruido pero enfermizo, y de una lavandera. Andersen dedicó a su madre el cuento «La vendedora de fósforos», por su extrema pobreza, así como «No sirve para nada», que puedes oir en este audiolibro:
Desde muy pequeño, Hans Christian mostró una gran imaginación que fue alentada por sus padres. En 1816 murió su padre y Andersen dejó de asistir a la escuela; se dedicó a leer todas las obras que podía conseguir, entre ellas las de Ludwig Holberg y William Shakespeare.
En 1819, a los catorce años, Hans Christian Andersen viajó a Copenhague en busca de fortuna aunque su escasa formación intelectual obstaculizó seriamente su propósito de ser cantante de ópera, actor o por lo menos bailarín, y tampoco tuvo más suerte con sus primeras tentativas poéticas.
Pero fue afortunado y con la ayuda de algunas personas adineradas que le consiguieron becas, logró cursar estudios regulares, obteniendo en 1828 el título de bachiller. Un año antes se había dado a conocer con su poema «El niño moribundo», que reflejaba el tono romántico de los grandes poetas de la época, en especial los alemanes.
En 1829, publicó “Un paseo desde el canal de Holmen a la punta de Este de la isla de Amager”. Y su primera obra de teatro, “El amor en la torre de San Nicolás”.
En 1831 publicó el poemario “Fantasías y esbozos”.
En 1833, viajó por Europa, gracias a una beca real.
En 1835, publicó su primera novela “El Improvisador” y en literatura infantil, el primer fascículo de los “Cuentos contados a los niños”, que incluye «La sirenita», «La pequeña vendedora de fósforos», «Las zapatillas rojas» , «El patito feo», «El traje nuevo del emperador»,«La princesa y el guisante», «La Reina de las Nieves», y un largo etc. algunos de los cuales podréis ir leyendo en este blog. Las obras infantiles, aunque no fueron su predilección le dieron su máximo prestigio, y se publicaron hasta 1872.
Monumento a H. C. Andersen en Málaga (España)
Un momento importantísimo en la vida de Hans fue conocer al gran Charles Dickens, el famoso autor británico de Oliver Twist, Cuento de Navidad o Historia de Dos Ciudades. Dickens era un escritor muy respetado en ese momento, y Andersen estaba fascinado con él. Afortunadamente, Dickens llegó a sentir la misma admiración por él, aunque terminarían alejándose con el tiempo por problemas familiares.
En 1866 fue nombrado Consejero de Estado por el rey de Dinamarca y en 1867 fue declarado Ciudadano ilustre de su ciudad natal.
Estamos en primavera y ¿hay algo mejor que aprender a hacer flores de papel?. Podemos regalarlas, adornar nuestra casa, ponerlas en el pelo o en la ropa. Os dejo un vídeo para que podáis aprender fácilmente a hacerlas con papel higiénico.