Las dos hermanas


Hace mucho tiempo, el apuesto guerrero Wakontas, hijo de un poderoso espíritu de la Wampanoagregión de los Grandes Lagos, deseaba casarse con alguna muchacha de la zona y decidió viajar por los poblados, armado con su carcaj y sus flechas.

Un día llegó a un poblado cercano al lago Michigan, en el territorio de los Algonquinos, donde vivían dos hermanas, Omemee y Misticoode, tan bellas e inteligentes que se enamoró perdidamente de ambas.

Wakontas no podía saber por su aspecto que eran completamente diferentes. Mientras la primera era amable, dulce y bondadosa, la otra era orgullosa y egoísta.

-¿Qué puedo hacer para escoger a una de las dos? -se preguntaba una y otra vez.

Finalmente resolvió ponerlas a prueba antes de tomar una decisión, y anunció que saldría de caza con los demás hombres de la tribu. Una vez en el bosque, lejos de las miradas de todos, se transformó en un pobre anciano, regresó al poblado y se mantuvo a la espera de que las dos jóvenes se quedaran solas.

Anciano indio nativo | Tiempo de NadaCuando vio que la madre y las dos hermanas pequeñas enfilaban el camino del río, entró en su wigwam. Las dos jóvenes estaban charlando animadamente y se sorprendieron ante la aparición del viejo indio andrajoso.

-No temáis -dijo-. Os suplico que me ayudéis. Soy viejo y estoy cansado y hambriento.

-¡Fuera! ¡Largo de aquí! -dijo Misticoosis  enfurecida, y se dispuso a echarlo a empujones.

-¡Déjalo! -Le sujetó el brazo Omemee-. ¿No te das cuenta de que está enfermo?

Entonces, la bondadosa muchacha, tomó al viejo de la mano y lo condujo a su lado del wigwam, lo hizo sentar encima de una piel de búfalo y preparó el fuego. Puso a cocer un trozo de carne, y cuando estuvo lista, vertió el caldo en un cazo y la carne en un plato y se lo ofreció para que calmara su hambre y su sed.

-No sé cómo agradecerte lo que has hecho -dijo el hombre cuando terminó, dispuesto a marcharse.

-Me ha alegrado ayudarte -repuso Omemee, y al ver sus gastados mocasines, añadió-: ¡Espera!

Buscó en la bolsa en la que guardaba sus labores y sacó unos mocasines primorosamente bordados que entregó al anciano.

-¡Mira que eres necia! – le increpó su hermana que no había dejado de refunfuñar al ver con cuánta amabilidad trataba Omemee al forastero -. Opino que los viejos que ya no sirven para nada deberían ser abandonados en las montañas.

Poco después, Misticoosis se dispuso a arreglarse para estar lo más hermosa posible ante la inminente llegada de los cazadores, pues quería agradar al apuesto guerrero que las había cortejado y que parecía dispuesto a casarse con una de las dos.

Por su parte, Omemee, preocupada por su padre y sus hermanos, que llegarían cansados de la cacería y estarían hambrientos, y por su madre y sus hermanas, que habían ido al río a lavar, se dispuso a preparar la cena.

Tampoco ella dejaba de pensar en el guapo muchacho que le había hecho la corte, pero aparte de peinarse y asearse para recibirlos a todos, no dejó de lado sus obligaciones para con su familia.  No se atrevió a pedir ayuda a su hermana, todavía resentida con ella por haber ayudado al anciano mendigo, y demasiado ocupada en acicalarse.

Apenas había terminado de cocinar, oyó las conversaciones alegres de sus hermanos y su padre que se acercaban, así como los gritos alborozados de sus hermanas pequeñas que corrían a su encuentro.

Omemee y Misticoosis salieron del wigwam a recibirlos, la primera con la cara arrebolada por haber permanecido cerca del fuego y la segunda, bellísima y emperifollada con sus mejores galas. Ante su sorpresa, el apuesto indio que les había robado el corazón a las dos por igual, caminaba junto a su familia.

Las dos hermanas abrieron los ojos de par en par al observar que el joven calzaba el par de mocasines primorosamente bordados por Omemee. Antes de que pudieran abrir la boca, levantó la mano y dijo:

– Hace unas horas, me presenté en vuestro wigwam como un viejo harapiento. Pedía ayuda y Misticoosis solo tuvo palabras hirientes para mí y para los viejos en general. Por el contrario, la bondadosa Omemee sintió piedad, me hizo sentar en unas pieles de búfalo para que descansaran mis piernas, preparó un buen fuego para que me calentara y me dio comida y bebida. Mientras Misticoosis no paraba de refunfuñar, su excelente hermana me entregó estos hermosos mocasines.

Todo en mundo guardaba un silencio expectante, por lo que el guerreo prosiguió:

– He tomado una decisión. Al principio, al contemplar a las dos hermanas y ser consciente de su belleza e inteligencia, dudaba sobre cuál de ellas elegir como esposa y compañera. Las puse a prueba y ahora sé que solamente una es completamente hermosa.

Misticoosis se adelantó, segura de que su belleza era capaz de seducir al joven, pero él la detuvo con un gesto.

-Te convertirás en un álamo para que nadie tenga que soportar tu lengua viperina. Tus hojas dentadas no encontrarán descanso ni siquiera cuando cese de soplar la más leve brisa.

Mientras hablaban Misticoosis, llena de sorpresa y vergüenza, notó que no se podía mover: estaba enraizada en la tierra, y poco a poco fue convirtiéndose en un álamo.

– Soy  Wakontas -dijo entonces el cazador, dirigiéndose  a Omemee y abriendo los brazos-, y tú eres la elegida por mi corazón.

Ella dio un salto y se fundieron en un abrazo.

-Ahora partiremos hacia mi país.

En aquel momento, los dos jóvenes se transformaron en palomas, emprendieron el vuelo y se alejaron en el aire hacia el desconocido hogar de Wakontas, en el país del sol perpetuo.

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Cuento tradicional del Lago Míchigan 

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La mariposa azul


Cuenta una leyenda que hace muchos años, un hombre enviudó y quedó a cargo de sus dos hijas. Las dos niñas eran muy curiosas, inteligentes y siempre tenían ansias de aprender. Constantemente invadían a preguntas a su padre, para satisfacer su hambre de querer saber. A veces, su padre podía responderles sabiamente, sin embargo, las preguntas de sus hijas le impedían darles una respuesta correcta o que convenciera a las pequeñas.

Viendo la inquietud de las dos niñas, decidió enviarlas de vacaciones a convivir y aprender con un sabio, que vivía en lo alto de una colina. El sabio era capaz de responder a todas las preguntas que las pequeñas le planteaban sin ni siquiera dudar. Sin embargo, las dos hermanas decidieron hacerle una picara trampa al sabio, para medir su sabiduría.

Una noche, ambas comenzaron a idear un plan: proponerle al sabio una pregunta que éste no fuera capaz de responder.

– ¿Cómo podremos engañar al sabio? ¿Qué pregunta podríamos hacerle que no sea capaz de responder? – preguntó la hermana pequeña a la más mayor.

-Espera aquí, enseguida te lo mostraré -indicó la mayor.

La hermana mayor salió al monte y regresó al cabo de una hora. Tenía su delantal cerrado a modo de saco, escondiendo algo.

-¿Qué tienes ahí? -preguntó la hermana pequeña.

La hermana mayor metió su mano en el delantal y le mostró a la niña una hermosa mariposa azul.

-¡Qué belleza! ¿Qué vas a hacer con ella?

-Esta será nuestra arma para hacer la pregunta trampa al maestro. Iremos en su busca y esconderé esta mariposa en mi mano. Entonces le preguntaré si la mariposa que está en mi mano está viva o muerta. Si él responde que está viva, apretaré mi mano y la mataré. Si responde que está muerta, la dejaré libre. Por lo tanto, conteste lo que conteste, su respuesta será siempre errónea.

Aceptando la propuesta de la hermana mayor, ambas niñas fueron a buscar al sabio.

-Sabio -dijo la mayor -. ¿Podría indicarnos si la mariposa que llevo en mi mano está viva o está muerta?

A lo que el sabio, con una sonrisa pícara, le contestó: “Depende de ti, ella está en tus manos”.

Leyenda japonesa

El mono y las lentejas


Un hombre tenía que llevar un saco de lentejas a un pueblo vecino. Se lo cargó a cuestas y echó a andar.
En el camino cruzaba un bosque y, como hacía mucho calor y la carga pesaba mucho, apenas llegó el hombre a la sombra de los árboles, decidió descansar un ratito. Dejó el saco de lentejas, se tumbó en la hierba, cerró los ojos… y pronto quedó dormido.mono
En el bosque vivía un mono, tan curioso como todos los monos, y apenas vio el saco desde lo alto del árbol donde vivía, quiso ver de qué estaba tan lleno. Bajó en cuatro saltos y metió la mano, sacando un puñado de lentejas. ¡Lentejas! ¡Con lo que al mono le gustaban!
Muy contento volvió a subir al árbol, buscó una rama buena y allí sentado cómodamente empezó a comerlas. ¡Estaban riquísimas!
Entonces se le escurrió una, la más chiquitita de todas, que era justo como el punto de una i, y no queriendo perderla, bajó del árbol en seguida.
Con las prisas se le enredó el rabo en una rama y, para no caerse, tuvo que sujetarse bien al tronco y, para sujetarse mejor, abrió las manos y entonces se le cayeron todas las lentejas que le quedaban.
El hombre, al sentir la lluvia de lentejas en la cara, se despertó, ató bien el saco y,  cargándoselo a la espalda, continuó su camino.

MORALEJA

Así, el mono ambicioso, por no resignarse a perder una sola lenteja, las perdió todas.

El barquito de papel – Amado Nervo


Con la mitad de un periódico
hice un barco de papel,
en la fuente de mi casa
le hice navegar muy bien.

Mi hermana con su abanico
sopla, y sopla sobre él.
¡Buen viaje, muy buen viaje,
barquichuelo de papel!

Si quieres aprender a hacer un barquito de papel, ¡echa un vistazo a este vídeo!:

Paso honroso


La acción sucedió en el Año Jacobeo de 1434. El caballero leonés, Suero de Quiñones, de familia insigne, pidió audiencia al rey Juan II de Castilla para exponer una petición. El rey se hallaba por entonces en el Castillo de la Mota (Medina del Campo – Valladolid) con toda su familia.

La petición era obtener el permiso para llevar a cabo un torneo especial en que tendrían que participar a la fuerza todos los caballeros que pasaran por el lugar elegido, que era el puente de Hospital de Órbigo, situado en la ruta leonesa del Camino de Santiago. Si se negaban a participar, debían depositar un guante en señal de cobardía y atravesar el río vadeándolo.

La justa o torneo tendría que mantenerse durante un mes en el que Suero de Quiñones estaría acompañado de sus mejores amigos. Don Suero llevaba colgada al cuello cada jueves una argolla metálica, como prueba de amor hacia su dama Doña Leonor de Tovar. El motivo para proponer las justas del puente era poderse librar de dicha argolla peregrinando a Santiago después de haber vencido a todos los caballeros que se presentasen en dicho puente y tras haber roto 300 lanzas a razón de tres por caballero.

Leonor de TovarEl rey le dio permiso y ofreció toda clase de facilidades. Invitó a los mejores caballeros del reino a que pasasen por el camino de Hospital de Órbigo. El torneo comenzó el 10 de julio de 1434 y terminó el 9 de agosto del mismo año, día en que don Suero fue herido. Sólo hubo un descanso el día 25, festividad de Santiago. Se levantó el tinglado junto al puente y cada día se comenzaba con una misa solemne y se terminaba con un gran festín.

Cuando terminó el torneo, don Suero y sus amigos se dirigieron en peregrinación a Santiago a cumplir con la promesa hecha. Don Suero depositó allí la argolla y la cinta azul que simbolizaba su amor por la dama y en la que estaba escrita una leyenda que lo atestiguaba:

Si no os place corresponderme,
en verdad que no hay dicha para mí

Leyenda leonesa

(De: Wikipedia)

La leyenda del rey Maón


Cuenta una leyenda celta que Maón era un rey mítico que ejerció su poder en el bello Eire (Irlanda). Este soberano tenía una costumbre pecu­liar y solía cortarse el pelo una vez al año. El hombre encargado de este trabajo era elegido por sorteo, entre los habitantes del pue­blo, e inmediatamente después asesinado. La razón de ello era que Maón tenía las orejas tan grandes como las de un caballo y no quería que nadie se enterara.

En una ocasión, el infortunado agraciado fue un joven de la aldea de Leister, único sostén de su madre anciana y viuda. Ante sus ruegos y lamentos el rey aceptó no matarlo, con la condición de que jurara que jamás revelaría su secreto.

El joven, después de cumplir las funciones que le encargaron, pudo regresar con su madre, pero el secreto empezó a obsesionar su mente y enfermó de tal forma que su muerte parecía inminente, su madre desesperada acudió a los consejos de un druida.

Después de mucho pensar dio con la causa del problema, ya que lo que le estaba atormentando era el secreto que guardaba y solo se restablecería si se lo revelaba a alguien. Así le dijo que buscara un lugar donde se cruzaran cuatro caminos y que, después de girar a la derecha, le contase el secreto al primer ár­bol que encontrara.

El joven siguió las indicaciones del sabio al pie de la letra y dio con un sauce. Sobre la corteza apoyó los labios, susurró el secreto y volvió a su casa. 

Pero quiso la suerte que poco después, al gran arpista Craftiny se le rompiera su arpa y ante la necesidad de construir una nueva, eli­giendo para ello la madera del árbol que era depositario del secreto del rey. Cuando el arpista fue llamado ante el rey para interpretar su música, de su arpa nueva sólo salía la siguiente canción «dos orejas de caballo tiene el rey Maón».

El rey, al ver su secreto había revelado, se quitó la capucha para mostrarse tal cual era. Al darse cuenta que ninguno de sus invitados se reía y lo tomaban con naturalidad, deci­dió que ningún otro joven tendría que morir por cul­pa de su defecto.

Leyenda celta

El apicultor – Esopo


Un ladrón se introdujo en casa de un apicultor durante su ausencia, robando miel y panales.

A su regreso, el apicultor, viendo vacías las colmenas, se detuvo a examinarlas.

En esto, las abejas, volviendo a libar y encontrándole allí, le picaron con sus aguijones y le maltrataron horriblemente.

– ¡Malditos bichos!, dejaron marchar sin castigo al que les había robado los panales, y a mi, que les cuido con cariño, me hieren de un modo implacable.

MORALEJA

Muchas veces sucede que vemos con desconfianza a nuestros amigos pero, por ignorancia, le tendemos la mano a quien es nuestro enemigo.