Yumadi (para le diversidad)


Jaime vivía con sus padres en una bonita casa con jardín a las afueras de una gran ciudad. Por las mañanas iba al cole en el autobús que le recogía en la puerta y por las tardes se entretenía jugando con su balón, sus coches y sus piezas de construcción en el jardín. Las horas le pasaban volando mientras disfrutaba saltandoFamily_Dinner_1_kid_242 en la hierba, a pesar de que Mamá a veces le regañase por estropearle los geranios. Ella cuidaba de sus flores y sus tres árboles frutales con ilusión, pero le costaba subirse a la escalera y cargar con las ramas secas. Un día dijo papá en la cena: 

– Hoy ha llegado a la fábrica una persona buscando trabajo. Parecía muy triste y cansado. Ahora no tenemos puestos libres, pero como le he visto grande y fuerte se me ha ocurrido ofrecerle cuidar del jardín para que mamá pueda descansar un poco. ¿Qué te parece?

– ¡Creo que es una idea muy buena! Así podrá ayudarme con la poda pues casi no llego a las últimas ramas de los árboles.

A la semana siguiente, mientras Jaime jugaba con un tren entre las piedras del jardín, llegó papá y le dijo:

– Mira Jaime, quiero presentarte a Yumadi, nos ayudará a cuidar del jardín.

Yumadi, tímidamente, extendió la mano para saludarle. Jaime se quedó muy quieto, mirando con ojos grandes y asustados al gran hombre que tenía delante. No se atrevió a abrir la boca y después de unos segundos sin moverse salió corriendo hacia la casa. Se metió en su cuarto y cerró la puerta. No quiso salir hasta la hora de la cena y no sin antes preguntar si se había ido ya ese señor tan raro. Durante la cena, papá le preguntó:

– Jaime, ¿por qué no has querido saludar al nuevo jardinero? Se ha quedado un poco triste cuando te ha visto huir sin decir nada.

– ¡Es que me da miedo! – exclamó sorprendido de que no le entendiesen- ¿No habéis visto que es todo negro?

senegales – ¡Claro que sí! – dijo mamá.– Hay gente de otras razas y de otros colores, pero lo importante es que sean personas buenas y, en este caso, ha venido con ganas de trabajar.

– ¡Pues a mí no me gusta! Además, ¡es feo!

– Jaime, eso lo dices porque le ves diferente, pero tienes que aprender que no todos somos iguales y no por eso somos peores personas.

Ese día Jaime se acostó enfadado con sus padres, enfadado con Yumadi y hasta enfadado con el jardín por tener que necesitar que viniera alguien de fuera a cuidarlo. Se sentía incomprendido, le atemorizaba la imagen de ese hombre de manos grandes que le miraba con ojos saltones. “¡No y no! ¡No seré su amigo!”, pensó justo antes de dormirse.

Al llegar del colegio al día siguiente, Yumadi estaba ya subido a una escalera con las tijeras de podar y saludó al niño con la mano cuando pasó a su lado. Jaime se dirigió directamente a la casa y se metió en su cuarto sin merendar. Después de 00072un rato, aburrido por no salir fuera, se asomó a la ventana y vio como Yumadi hacía un montón con las ramas secas, después se fijó en el cuidado que ponía en plantar unas petunias y finalmente se entretuvo viéndole regar los setos. La tarde se le hizo así más entretenida, aunque no salió al jardín a pesar de que Papá le animó varias veces.

La tarde siguiente Jaime se encerró también en su dormitorio, pero cuando esta vez se asomó a la ventana se encontró en su alféizar una rama de hierbaluisa que, con su fuerte olor a limón, llenaba toda la habitación de un fresco perfume. Al mirar hacia el jardín Yumadi le saludó con su gorra. Jaime sonrió, pero no se atrevió a salir al exterior. Dos días después, Jaime se animó a ir al jardín con su colección de muñecos articulados. Mientras jugaba con ellos, miraba de reojo cómo Yumadi iba de un lugar a otro acarreando macetas, tierra, semillas y agua. Le sorprendía su agilidad y su fuerza y, al mismo tiempo, la delicadeza con la que trataba a las plantas. Al final de la tarde, pudo más la curiosidad y se acercó mirándole con intensidad. Yumadi no decía nada, pues se daba cuenta de que el niño necesitaba tomarse su tiempo.

Después de pensárselo mucho, Jaime dijo:

– ¿Por qué tienes los ojos y los dientes tan blancos?

00017 Yumadi se echó a reír, pero al ver la cara de susto de Jaime, le respondió con suavidad:

– Mis ojos son castaños, casi negros, pero te parecen blancos porque contrastan con el color oscuro de mi piel. ¡Mis dientes sí que son blancos de verdad!

– Nunca había visto a nadie así…

– En mi país, Etiopía, somos todos así. Mi mujer y mis hijos también son negros.

– ¿Tienes hijos? Pero, ¿dónde están?

– Muy lejos, – dijo Yumadi con tristeza. – Espero volver a verles algún día.

A partir de esa tarde, Jaime volvió a jugar en el jardín. Le gustaba sentirse acompañado cuando extendía sus juguetes entre los arbustos. De vez en cuando se acercaba a Yumadi a preguntarle sobre su país y su familia, le parecía muy interesante todo lo que le contaba sobre ese lugar tan lejano y misterioso, sobre todo por poder contárselo luego a los amigos de su clase con todo lujo de detalles.

Unos meses después, papá se acercó a Jaime y le dijo:

– Esta tarde Yumadi vendrá con su hijo mayor. Su familia acaba de llegar desde su país y la madre tiene que cuidar del bebé pequeño. Espero que te portes bien con él.

– ¡Qué emocionante!   TAF2473

Después de tanto hablar de ellos iba a conocerles. Al llegar del colegio Jaime fue directamente al jardín a buscar al nuevo visitante lleno de curiosidad. Encontró a Yumadi junto a los acebos y a un niño delgadito con el pelo muy rizado sentado a su lado.

Jaime se acercó y exclamó muy contento:

– ¡Hola!, ¿cómo te llamas?

De repente el niño rompió a llorar agarrándose a las piernas de su padre. Jaime no entendía nada.

Yumadi intentaba consolarlo diciéndole:

– Se llama Melaku. Todavía no habla tu idioma, pero espero que lo aprenda pronto para que seáis buenos amigos.

Mamá llegó en ese momento y cogiendo suavemente de la mano a Jaime le dijo:

– Mira, hijo, ¿te acuerdas de que cuando llegó Yumadi a esta casa tú te asustaste mucho y no querías hablar con él? Pues a este niño le pasa algo parecido. Acaba  de llegar de un viaje muy largo y todo es nuevo para él. Yo creo tren que incluso le asusta ver a personas de piel tan blanca y tan distintas de las que él conoce.

– ¿De verdad? – dijo Jaime a quien le costaba entender que un niño tuviese miedo de él.

Entonces Jaime se fue a su cuarto a buscar en la caja de juguetes su tren favorito. Lo llevó al jardín donde Melaku seguía enroscado a las piernas de su padre secándose las lágrimas. Le tendió el juguete, pero el niño miraba hacia abajo sin querer cogerlo. Jaime se lo dejó en la tierra y se echó unos pasos hacia atrás sentándose en una roca. Al principio Melaku no se atrevía a levantar los ojos, pero después de unos minutos miró al tren, después a Jaime y, luego, otra vez al tren. Muy despacito se puso de pie y lentamente se acercó al juguete cogiéndolo con cuidado. Jaime no decía nada, pero le observaba sonriente.

Jaime volvió a la casa a por su pelota, su barco pirata y sus coches de carreras y lo puso todo alrededor de Melaku. La mirada del niño se iluminó con alegría y al poco rato estaban los dos jugando sin darse cuenta de que ni siquiera les hacía falta hablar el mismo idioma. Esa noche, cuando su padre se acercó a darle un beso de buenas noches le dijo:

– Lo has hecho muy bien, hijo.

– ¿Vendrá Melaku mañana a jugar conmigo?

– Sí. Además, así podrás seguir ayudándole a perder su miedo a lo nuevo y desconocido.

Aquella noche Jaime durmió feliz por haber encontrado a un amigo tan diferente y especial.

Marta García Rodríguez

(Cuarta finalista concurso “guía del niño”)

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