Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios.
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondió le: «Muy mal».
«Yo creo -replicó el oso-
que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá».
Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».
Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!