Era una tardecita de invierno, hacía mucho frío y llovía furiosamente. El viento soplaba, soplaba y soplaba… Sentados al lado de la chimenea, los niños, María, Javier y Teresa comían con placer los bizcochitos calentitos que les ofreció su abuela. Teresa, coqueta, moviendo la cabeza y arreglándose sus trencitas, preguntó:
– Abu, y Lucas… ¿Por qué no vino hoy?
– Está enfermito – contestó la abuela.
– Pero igual lo tenemos con nosotros…
– ¿Y dónde está? – preguntaron los chicos, asombrados, mirando a su alrededor.
– Aquí, junto a mi corazón…- y con un movimiento rápido descubrió una carta que tenía oculta dentro de su blusa, y enseguidita la volvió a guardar junto a su pecho.
Los chicos estaban tan intrigados, que empezaron a gritar:
– ¡Anda, abu, léela, léela!
La abuela, misteriosa e inquieta, respondió:
– No seáis impacientes… vamos a leer la carta más tarde.
Javier y Teresa asintieron con la cabeza, pero María, la más chiquita, caprichosa y enojada, exclamó:
– Entonces… ¡¡queremos que nos cuentes un cuento!!
La abuela, aliviada, afirmó:
– Me encanta contaros cuentos cuando llueve… ¿Estáis preparados?
– ¡Síiii!- respondieron los chicos.
– Bueno… ¡Escuchadme con cinco orejas y miradme con veinte ojos! Como todos los jueves, hoy os voy a contar un cuento… Pero en esta historia no va a haber ni duendes, ni brujas, ni princesas… Hoy os voy a contar un cuento real… un cuento-secreto… – murmuró despacito.
Con dulzura, la abuela invitó a María, su nieta menor, a sentarse en su regazo, y después de un largo y misterioso silencio, que a los chicos les pareció rarísimo, comenzó su relato:
– ¿Recordáis cuando María todavía estaba en la panza de mamá…? Era un día como el de hoy : muy lluvioso y frío. Por la noche nos reunimos todos en la casa del Tío Pepe y la Tía Luly para conocer al nuevo primito… Y allí estaba él: Lucas, un precioso bebé, chiquitiiito, flaquito, sonrosado y llorón, en brazos de la tía Luly, tomando el pecho como un gran comilón. El tío Pepe -calladito como siempre- lo miraba embelesado, y la tía Luly lucía orgullosa, como una reina feliz. Estaban tan contentos… ¡Por fin se habían reunido con su hijito!
– ¡Sí¡¿Qué hicimos?
– Al ver a Lucas bebé, corristeis a acariciar la barrigota de tu mamá. Y allí adentro estaba María, dando pataditas, como diciendo : ¡Aquí estoy, ya he crecido, y quiero salir, para jugar con mis hermanos y mi primito!.
-Abuela, ¿y yo por qué daba pataditas? – preguntó María, muy preocupada. -¿A mi mami no le dolía?
naadaaaaaaaaaaaaaaa maaaaaaaaaaaas perdi mi tiempoooo
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me gusto el cuento
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