El perro que habla


Se dice que en un café de Nueva York entró una vez un ventrílocuo que actuaba en uno de los escenarios de la gran ciudad norteamericana.

El artista llevaba un perro al que tenía gran cariño. Sentóse en una mesa y acudió el camarero preguntándole qué iba a tomar. Agudo e ingenioso el ventrílocuocamarero quiso dar una broma graciosa al camarero y le dijo:

– Para mí una jarrita de cerveza.

Y luego, dirigiéndose al perro, preguntó:

– Y tú, ¿qué quieres tomar Teddy?

Teddy, el perrito, contestó, por boca del ventrílocuo:

– Un bocadillo de queso.

Quedóse asombrado el camarero ante aquel chucho que hablaba y, yendo al mostrador, dio cuenta de lo que ocurría al dueño del café.

El dueño no quiso dar crédito al mozo y acudió a la mesa del artista, para decir a éste:

– Perdón, señor, el camarero, que sin duda está borracho, me acaba de decir que ese perro que tiene usted habla lo mismo que una persona.

– No está borracho el mozo, amigo. Este perro habla, en efecto. Es una raza de la que sólo existen ya dos ejemplares en el mundo: éste y otro que posee el rey de camarero2 Inglaterra.

– ¡Es maravilloso!, ¿y contesta el perro a lo que le preguntan?

– Haga usted la prueba.

Entonces el dueño del café dijo, dirigiéndose al perro:

– ¿Es verdad que hablas perrito?

– Lo que es verdad, es que hace dos horas que he pedido un bocadillo de queso y todavía no me lo han traído.

El dueño del café, como buen americano, vio en seguida el negocio. Aquel animal, con un delantal blanco y preguntando a la clientela qué quería tomar, podía proporcionarle ganancias fabulosas. Así, pues, propuso al ventrílocuo que le vendiese el perro.

El artista se echó a reír.

– No vendo este perro por nada del mundo. Yo no tengo familia ni amigos y Teddy es mi único compañero. No puede usted imaginarse lo que nos queremos.

El industrial insistió.

– Le doy a usted quinientos dólares por el perrito.

El ventrílocuo se dio cuenta de que lo que empezó por ser una simple broma podía convertirse en algo útil. Sin embargo hizo como que se resistía.perro y dueño

– Le doy mil dólares.

Entonces el artista se dejó convencer, diciendo:

– Me ha cogido usted en un mal momento. Necesito dinero y no sé dónde encontrarlo. Yo no quería separarme de Teddy, pero Dios ha dispuesto las cosas de este modo.

Antes de cerrar el trato, el dueño del café hizo mil preguntas al perro a todas la cuales contestó con tanto juicio como un ser racional. El ventrílocuo recibió un cheque por valor de mil dólares, y el industrial se quedó con Teddy.

Ya se levantaba el artista para marcharse, dejando en el café a su perrito, cuando éste enfadado le dice con tono de reproche:

– ¡Ah, canalla! ¡Con que te separas de mí! ¡Con que me has vendido para que me exploten! Pues, en venganza, no volveré a hablar en lo que me queda de vida.

Y en efecto, apenas el ventrílocuo abandonó el establecimiento, no hubo manera de que Teddy pronunciara una sola palabra.

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