Verdezuela (Rapunzel) – Hermanos Grimm


Había una vez un matrimonio que quería tener un hijo; pasaba el tiempo y ambos nunca veían realizados sus deseos. No obstante, llegó un día en que Dios atendió sus ruegos.

Una tarde, se asomó las esposa a la ventana de su vivienda para contemplar su bellísimo jardín, todo cuajado de plantas y flores hermosísimas. Como le cercaba una altísima tapia y pertenecía a una poderosa y temida bruja llamada Gotrel, nadie osaba entrar en él.

La contemplativa mujer se fijó de pronto en un cuadro del jardín donde crecía en abundancia esa olorosa planta llamada verdezuela. La vio tan fresca y tan verde que, atraída por su lozanía, le entraron  unas grandísimas ganas de comer ensalada de tallos de dicha planta.

A partir de aquel instante se hicieron cada vez más irresistibles sus deseos. No pudiendo satisfacerlos, empezó a ponerse melancólica, de forma que palideció y se desmejoró tanto que su esposo le preguntó:

–  ¿Que tienes, cariño?075

–  ¡Ay! – suspiró – si no logro comer angélica del jardín de la bruja, creo que moriré.

El buen hombre, que la amaba muchísimo, pensó “cueste lo que cueste, le traeré la verdezuela antes de dejarla morir”.

Pero no era tan fácil cumplimentar los deseos de la mujer, así que se tropezó con muchas dificultades.

La primera de ellas fue el escalar el muro, era tan resbaladizo como el jabón, y por más que intentó asirse a los salientes que tenía, con conseguía más que remontarse un poco.

Viendo que fracasaría en su empeño, se dio a cavilar otro sistema para conseguir lo que tanto anhelaba tener su esposa y, después de de observar detenidamente toda la valla, se dio cuenta de que junto a uno de los extremos había un árbol cuyas ramas altas la sobrepasaban y caían en el exterior.

Corrió nuestro hombre a su casa y, provisto de una cuerda, regresó otra vez junto a la mansión de la bruja.

Como era diestro en el lanzamiento del lazo, consiguió que el extremo del que acababa de improvisar con la cuerda se prendiese en una de aquellas ramas y, enseguida, como el más hábil gimnasta, se encaramó por ella hasta alcanzar la copa y meterse de esta manera dentro del recinto donde la bruja guardaba la ambicionada planta.

Pero aún le quedaba otro inconveniente que sortear. El jardín estaba guardado por tres mastines cuya mirada era capaz de asustar al más valiente. Cuando dichos vigilantes oyeron ruido, corrieron hacia donde se levantaba el árbol y llegaron justamente en el instante en que el atrevido se disponía a poner los pies en el suelo.

mastin Hacerlo y encontrarse frente a los tres terribles perros fue una misma cosa. Podéis imaginaros el pánico que se apoderaría de él ante tal aparición. Sin embargo, supo reaccionar y, recordando que llevaba en el bolsillo unos pastelillos deliciosos que había comprado para regalar a su esposa y que aún no había tenido ocasión de hacerlo, los cogió nerviosamente y tiró uno a cada perro, esperando los resultados.

Estos no se hicieron esperar, los canes eran golosos y no estaban acostumbrados a tan refinados manjares.

Cuando vio que terminaban con la golosina y avanzaban nuevamente hacia él en actitud amenazadora, les enseñó otro tres que aún le quedaban y tiró uno tras otro a gran distancia y en direcciones opuestas a la que él debía seguir.

Los guardianes se volvieron a lanzar a la búsqueda de los pasteles y dejaron el campo libre al atrevido asaltante, que pudo entonces dirigirse hacia el punto donde crecían las hierbas con las que tanto soñaba su esposa y, cogiendo algunas, corrió otra vez al árbol, se encaramó por su tronco en el preciso instante en que llegaban los golosos para reclamar más comida o tomarse la revancha.

El valiente esposo, se dirigió a su casa y muy ufano le entregó la verdezuela a su esposa que lo esperaba con impaciencia. Y mientras ella se preparaba la deseada ensalada, le contó lo que había ocurrido y la forma en que consiguió salvar los obstáculos.

Pero, a pesar de todo, le agradó tanto a la mujer tal requisito que sus deseos volvieron al día siguiente con más intensidad que nunca de comer ensalada de verdezuela. Tanto fue así que, se vio obligada a manifestar a su marido que no estaría tranquila un momento si no podía comer otra vez de la apetecida planta.

Aquella noche el condescendiente esposo volvió a saltar la tapia; pero antes  de bajar al jardín, vio ante él a la bruja y se quedó helado de terror.bruja1

– ¿Cómo tienes la audacia de asaltar mi jardín para robar angélica?, ¡tú osadía merece un castigo!.

– ¡Perdonadme señora! sólo he procedido así impulsado por la necesidad; desde la ventana  de casa ha visto mi esposa vuestra verdezuela y le ha despertado deseos de comer de ella.

Entonces, la bruja, apaciguándose, le respondió:

– Sí, es verdad lo que dices, consiento en que te lleves cuanta verdezuela quieras pero con una condición: me entregarás el hijo o hija que tenga tu mujer ; en la seguridad de que le irá bien conmigo y de que lo cuidaré con el esmero de una verdadera madre.

Aturdido como estaba, el buen hombre se avino a todo y, cundo su mujer tuvo un hijo, que por cierto fue niña, enseguida se presentó la bruja, dio a la recién nacida el nombre de Verdezuela y se la llevó consigo.

Era la criatura más hermosa que Dios puso en el mundo. Cuando la niña contaba quince años, la bruja la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque. Dicha torre no tenía puerta ni escalera pero sí una ventanilla en la parte más alta. Cada vez que la hechicera quería entrar allí, se detenía al pie de la ventana y gritaba:

– ¡Verdezuela, Verdezuela, suéltame la cabellera!.

Al oír la voz de la bruja, la muchacha soltaba su trenza, que medía unos 20 metros de largo, la ataba a un hierro de la ventana y la dejaba caer.

Tendría Verdezuela dieciocho años cuando el hijo del rey cruzó a caballo por le bosque. Al pasar por delante de la torre, un melodioso canto lo obligó a detenerse y a escuchar. Era la voz de Verdezuela, que distraía su soledad entonando dulcísimas notas.

repunzel El hijo del rey  quiso entrar en la torre pero buscó en vano una puerta que se lo permitiera. No tuvo más remedio que desistir y regresar a palacio, pero de tal modo le había impresionado aquella voz que volvió diariamente al bosque.

Un día en el se hallaba oculto detrás de un árbol, vio que se acercaba la bruja y oyó lo que decía:

– ¡Verdezuela, Verdezuela, suéltame la cabellera!.

El príncipe vio entonces cómo la joven dejaba caer sus cabellos. Cuando la bruja se marchó, él dijo las mismas palabras.

Al primer momento Verdezuela se asustó al ver ante sí a un mancebo, pero este empezó a hablarle con dulzura y le aseguró que de tal modo le había conmovido su canto que, desde que lo oyó no encontraba reposo y había determinado ver a la muchacha que cantaba, entonces se tranquilizó.

Pasaron los meses y el  príncipe le preguntó un día si quería ser su esposa, a lo que la joven respondió que sí:

– Mi mayor placer sería irme contigo, le dijo, pero  no sé cómo bajar de aquí. Siempre que vengas tráeme un cordón de seda y fabricaré una escalera. Cuando esté concluida bajaré y podrás llevarme en tu caballo.

Así lo hicieron, el joven iba a verla todas las noches, puesto que la bruja iba de día así que no sospechó nada hasta que un día Angélica le dijo:

– Decidme señora: ¿por qué tardáis más en subir que el joven hijo del rey que sube en un periquete?

– ¡Ah, perversa! ¿Qué escucho? Creí tenerte aislada de todo el mundo y me has engañado.

Y, dejándose arrastrar por la ira, cogió con la mano izquierda la dorada trenza, con la derecha unas tijeras y, en un abrir y cerrar de ojos cortó la espléndida cabellera. Después se llevó a la muchacha a un desierto y la condenó a vivir siempre torturada por la tristeza. pero no quedó ahí la cosa porque después colgó la trenza cortada en la ventana y cuando por la noche oyó que el hijo del rey decía las palabras señaladas:angélica

– ¡Verdezuela, Verdezuela, suéltame la cabellera!.

La bruja dejó caer los cabellos hasta el pie de la torre, al subir, en lugar de encontrar a su amada, se topó con Gotrel que, al verle le dijo:

– ¡Hola! ¡Con que intentando robarme a mi niña! Pues  ya sabes que el pájaro ya no esta en el nido ni canta. El gato se lo ha llevado y a tí te sacará los ojos.

Desesperado y fuera de sí, el hijo del rey se arrojó por la ventana y , si bien no murió de la caída, fue a parar sobre unas espinas que le estropearon los ojos. Anduvo ciego por el bosque durante años, alimentándose de raíces y hojas y lloró la pérdida de su amada.

De pronto, un día, llegó a un desierto y oyó una voz que le era muy conocida, ¡Era la de su querida Verdezuela!. Presa de la mayor emoción, el hijo del rey se acercó al sitio del que procedía la voz. La joven le reconoció enseguida, se arrojó a sus brazos llorando de alegría, sus lágrimas cayeron en los ojos del joven que recuperó inmediatamente la vista.

Después él príncipe la llevó a su reino y, como es de rigor, celebraron sus bodas, viviendo felices el resto de sus días, sin acordarse nunca más de la malvada bruja.

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