El labrador y la providencia – Samaniego


Un labrador cansado,

en el ardiente estío,

debajo de una encina

reposaba pacífico y tranquilo.

Desde su dulce estancia

miraba agradecido

el bien con que la tierra

premiaba sus penosos ejercicios.

Entre mil producciones,

hijas de su cultivo,

veía calabazas, melones

por los suelos esparcidos.

– ¿Por qué la Providencia12131_pag70a

– Decía entre sí mismo,-

puso a la ruin bellota

en elevado y preeminente

sitio?

¿Cuánto mejor sería

que, trocando el destino,

pendiesen de las ramas

calabazas, melones y pepinos?-

Bien oportunamente,

al tiempo que esto dijo,

cayendo una bellota,

le pegó en las narices de improviso.

– ¡Pardiez!- prorrumpió entonces

el labrador sencillo.-

Si lo que fué bellota

algún gordo melón hubiera sido.

¡Desde luego pudiera

tomar a buen partido,

en caso semejante,

quedar desnarigado, pero vivo!

Aquí la Providencia

manifestar quiso

que a supo a cada cosa

señalar sabiamente su destino.

A mayor bien el hombre

todo está repartido:

Preso el pez en su concha,

y libre por el aires el pajarillo.

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