Estoy segura de que a todos os gusta dibujar, ¡mirad qué fácil es hacer un índio!. Mira el vídeo y sigue sus pasos. Si quieres sube tu dibujo a la parte de comentarios para que todos veamos cómo ha quedado:
Estoy segura de que a todos os gusta dibujar, ¡mirad qué fácil es hacer un índio!. Mira el vídeo y sigue sus pasos. Si quieres sube tu dibujo a la parte de comentarios para que todos veamos cómo ha quedado:
Mucha pluma en la cabeza
esparcidas con destreza
y con ellas el piel-roja
aunque llueve no se moja.
Llevará un hacha pequeña
—sólo para partir leña—.
Al hombro de su figura derecha,
arco y flecha
para el venado cazado,
(porque no hay supermercado)
Desnudo como un tarzán
—ni bebe vino ni come pan—,
solo frutas y pescados,
es un ciudadano sano,
verdadero americano
—sin parientes en Europa—
gran corazón, —poca ropa—,
descalzo, sin alpargata
—si no lo atacas, no ataca—,
es un indio pacifista
de bisontes cazador
Ojo de Lince Avizor.
Y ahora, felicidades al dibujante autor:
—Puedes estar orgulloso
de haber «hecho el indio»
hermoso.
Para los índios americanos las plumas simbolizan la confianza, el honor, la fuerza, la sabiduría, el poder, la libertad y mucho más. Recibir una pluma equivalía a ser elegido de entre el resto de miembros de la tribu.
Las más importantes, eran las plumas de águila americana o águila dorada ya que para ellos suponía el regalo más preciado caído del cielo. Los indios, creían que las plumas de águila eran un elemento sagrado ya que pensaban que estas aves eran enviadas de los dioses al volar tan cerca del cielo.
Una vez recibida la pluma, debían cuidar de ella y se consideraba irrespetuoso para los dioses si se colocaban en un lugar no visible, por esa razón, comenzaron a usarse para el pelo. Pero no sólo se las ponían en el pelo, ya que también las usaban como decoración en las casas creando los conocidos “Atrapa Sueños”.
No se les permitía llevar estas plumas en el pelo si no demostraban una hazaña ante el tribunal de la tribu. Entre estas hazañas, se encontraba por ejemplo, luchar contra un oso o traer comida después de una cacería. Una vez demostrada la valentía ante el tribunal, se les autorizaba a llevarlas. Normalmente, el que llevaba el mayor número de plumas, era el jefe. En la mayoría de tribus, los indios no usaban las plumas durante las batallas, sólo hacían uso de ellas durante las ceremonias.
Parte de: https://lamochilaantropologica.wordpress.com/2017/02/11/las-plumas-entre-los-nativos-americanos-2/
Gluskap era el héroe principal de los algonquinos (pueblo nativo de Canadá). Tenía una fuerza colosal, podía transformarse en gigante y protegía a todos los hombres de seres malévolos que les amenazaban.
Gluskap venció en numerosas ocasiones al espíritu del mal. Acabó con el dragón de la fuente y lo convirtió en rana, los gigantes Kewawlqu, los hechiceros Medecolin, el terrible espíritu de la Noche Paloma y muchos otros demonios. Y se puso muy vanidoso…
– ¡Soy absolutamente invencible!, declaraba, con suficiencia.
– Yo conozco a alguien a quien no conseguirás vencer jamás, le aseguró una mujer.
– ¡Qué estupidez! ¡Me gustaría mucho saber de quién se trata!
– Se llama Wasis. Pero te lo advierto, no intentes desafiarle porque lo lamentarás.
Desde entonces Gluskap sólo tuvo una idea en la cabeza: enfrentarse a Wasis. Así les demostraría a todos quién era el más fuerte.
La mujer le condujo a su poblado, le hizo entrar en una cabaña y señaló a un niño sentado en el suelo, que chupaba un trozo de azúcar de arce.
– Aquí está, dijo, Este es Wasis. Es pequeño pero tiene una fuerza colosal. ¡No le provoques!
– Eso lo veremos, respondió Guskap.
Y se puso a gritar a pleno pulmón:
– ¡Soy Gluskap! ¡Ven a pelear conmigo!
Wasis no prestó atención y continuó chupando tranquilamente su trozo de azúcar.
-¿Es que no me has oído? ¡Ven a pelear conmigo!, repitió Gluskap.
Como el niño no le hacía caso, Gluskap lanzó su terrible grito de guerra.
Wasis le observó un momento y luego, disgustado por haber sido molestado, abrió la boca y se puso también a gritar:
– ¡Buaaaaaaaa! ¡Buaaaaaaaaaa!.
Aquel grito era espantoso, Gluskap no había oído jamás nada parecido. Se tapó los oídos, danzó todas las danzas de guerra, recitó las palabras mágicas más horribles, se puso a entonar canciones rituales. Pero nada sirvió.
– ¡Buaaaaaaaaaa!, ¡Buaaaaaaaaaaaaa!, ¡Buaaaaaaaaaaaa!, lloraba el niño sin descanso.
Sus gritos armaban un estrépito infernal, más poderoso que el trueno.
No pudiendo soportarlo más, Gluskap, que se creía invencible, se declaró derrotado. Emprendió la huída y no volvió jamás a aquel poblado…
¡Temía encontrarse de nuevo con el terrible Wasis!
Leyenda algonquina (América del norte)